Debido a las reivindicaciones de algunos actores en la entrega de los útimos premios Goya, ha surgido de nuevo la polémica de aquellos que piensan que por el hecho de que una persona haya triunfado, por sus méritos propios, en la profesión que ejerce, no tiene derecho a expresar su disconformidad con las injusticias que observa. Cuando es mucho más relevante que sea así y que lo manifieste, ya que lo cómodo sería quedarse al margen, disfrutando de los privilegios que ha conseguido, por su valía personal y profesional. Es muy de agradecer, y así se lo valora la gran mayoría, que quien no lo necesita, ni saca provecho de ello, se manifieste y apoye las reivindicaciones de los más desfavorecidos. Quizá los mismos que critican, por ejemplo, que Javier Bardem deje su cómoda vida personal -que ha ganado con su esfuerzo- para participar en manifestaciones contra lo que considera injusto, aplaudían cuando Julio Iglesias hacía negocios con los anteriores presidentes de la Comunidad Valenciana, para representar la imagen, a cambio, eso sí, de algunos milloncejos, nunca aclarado en qué cantidad, ni color. Siempre será más a tener en cuenta y valorar a aquel que, teniendo su vida resuelta, intenta ayudar a los desvalidos, poniendo en ello su imagen y esfuerzo, para defender unas ideas que cree justas, que a quienes se aprovechan de ellos, lucrándose. Pero todavía es mucho peor que aquellos que no cuentan con una gran fortuna, ni demasiados medios, apoyen a los que los oprimen, por el simple hecho de no esforzarse en pensar qué es lo mejor para todos, empezando por ellos mismos. Obedecer a ciegas las consignas que nos dictan puede ser peligroso y hasta irresponsable. ¡Es tan bueno pensar y distinguir el bien del mal por uno mismo!
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