Ignorando el destino de su hija, Caridad se dedicó a educar y criar a la única que le quedaba, llevándola con ella al hospital en el que trabajaba de voluntaria, atendiendo a enfermos y tullidos. Viendo la niña esa labor tan humana y caritativa, pronto se despertó en ella el afán de ser un cromo de su madre y empezó a estudiar medicina. A los 18 años trabajaba en una clínica privada de mucho prestigio. Su madre andaba delicada de salud y era ella la que tenía que sacar la casa adelante con su trabajo. Un día del mes de mayo se armó un gran revuelo en la clínica ante la visita de una acaudalada señora argentina, que venía a operarse allí: como era rica, todo se hacía poco para atenderla a ella y a su hija, cuidando que hubiese higiene en la habitación, flores frescas y el servicio pendiente de sus caprichos. Ese día le tocó a Candelas cuidar de la dama, que, nada más entrar, riendo, le dijo: «¡Pero, hija mía, ¿de qué vas disfrazada?!». «¿Cómo dice, señora?», replicó la enfermera. «Disculpe, señorita, pero sos vos el vivo retrato de mi hijita, Soledad». En ese momento entró la mencionada, que, al verla, se quedó estupefacta; bueno, la sorpresa fue triple. Candelas, abrazándo a Soledad, con lágrimas en los ojos, exclamó: «¡¡¡Teresa, hermana mía, cuánto te hemos buscado mamá y yo todos estos años!!!». Allí se aclararon muchas cosas… La pequeña había sido llevada en barco desde Barcelona hasta Argentina; allá, la dama rica la adoptó. Al día siguiente apareció la verdadera madre y hubo escenas de emoción, lágrimas y agradecimiento. Teresa o Soledad, como se le quiera llamar, volvió a la Argentina, pero siempre estuvo en contacto y ayudando a su familia de Madrid. Al morir su madre adoptiva y quedar ella dueña de toda su fortuna, llevó a su hermana y madre con ella. Allí vivirán, al menos las dos gemelas, pues Caridad creo que murió hacia 1980 o así.
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