Acabamos de empezar un nuevo año y con él llegan los buenos propósitos. Ésos que suelen durar tan poco. Proponemos imaginar un mundo mejor, del que eliminar lo que se ha hecho mal, y poner todo en positivo. Parece difícil, pero sólo hay que descartar lo malo. Ver a nuestra sociedad de nuevo sin este retroceso de los últimos tiempos, hacia épocas que creíamos olvidadas. Contar con los derechos sociales adquiridos durante años y que hemos visto desaparecer en estos últimos. Que no se dieran tantos casos de corrupción, en los que se ven envueltos políticos y personajes que lo tienen todo y deberían dar ejemplo de honestidad. Contar con una Justicia realmente igual para todos, que castigue a los delincuentes, sean quienes sean. Olvidar de una vez a esos fiscales anticorrupción que más bien parecen abogados defensores de los presuntos corruptos, si pertenecen a determinados status. Atacando y destruyendo incluso, a los jueces que se atreven a investigar a miembros de un partido fuerte o de la monarquía; aunque se vean claros indicios por todas partes. Eliminar los copagos impuestos en la sanidad, que están dejando sin medicación a tantos enfermos crónicos. Proteger a los dependientes, que han quedado sin ayudas, por unas leyes que chocan frontalmente, cuando obligan a las mujeres a tener niños con deficiencias, para una vez nacidos, negarles todo tipo de ayudas y apoyos. Crear por fin una Ley de Educación consensuada, que deje atrás politiqueos partidistas y vaya en defensa sólo del futuro intelectual de nuestros jóvenes y por tanto de nuestro país. Para eso hace falta que nuestros parlamentarios y gobernantes se dediquen de una vez a trabajar por el bien común (para lo que les hemos elegido) y se olviden de sus partidismos y demás. Pero eso parece una utopía, al menos de momento, aunque no digan que no suena bien para empezar el año.
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