Desde la laguna

El viento arremolinaba la espuma que se desplazaba alocadamente frente a las infructuosas carreras de mis dos perras por intentar atraparlas. La laguna presentaba un amanecer bellísimo desde la zona de la Marquesa y su color extremadamente rojizo aventuraba una buena cosecha para la próxima temporada. Como restos de un naufragio, aparecían esparcidas por la costa, en la soledad y en el sepulcral silencio de aquella mañana, tablones de raches, cabos, zapatillas y multitud de objetos variopintos procedentes probablemente de remolcadores y volvedoras. Y, como otro naufragio, éste personal, me surgieron los recuerdos de tantos y tantos salineros con los que compartí tardes, noches y amaneceres en aquella laguna, para mí, en aquellos años, hermética, claustrofóbica y asfixiante. Restos solidificados en sal, paralizados en el tiempo, atrapados en el «sieno» de una laguna que devora vidas y hace aflorar lo mejor y lo peor de cada uno. Allí, en ese entorno, conocí por primera vez a Victoriano. Fue fácil, teníamos un gran amigo en común y sobre todo aficiones; las habaneras, las fiestas, las tradiciones de nuestro pueblo y su querida Peña Diana. Hombre afable, de buen trato, siempre con una sonrisa y un saludo desde su remolcador, el nº 8. Años después tuve la oportunidad de volver a encontrármelo  en un marco diferente, pero tan emblemático y referencial para los torrevejenses como lo es su Laguna; las Eras de la Sal. Y allí estaba él, junto a esa estirpe tan peculiar y genuina de paisanos, El Mortero, Tomás Boj, El Papi, Pedro el Eduviges, Juaquín el Chocolate, Alberto el Estefano, Kike el del San Pascual, Luisico, Pepe Molero, el Cucalo, etc. Veranos de zarzuelas primorosas, de ballets majestuosos, de magníficas obras de teatro, de grandes artistas y grupos musicales, de prisas, muchas prisas para todo, de almuerzos con sardinas y tertulias filosóficas muy enconadas y no exentas de polémicas sobre lo divino y lo humano a la sombra de los muros silenciosos de la Eras de la Sal. El encanto de la sencillez y la autenticidad, al igual que lo fue en sus orígenes el Certamen de Habaneras. Gente del pueblo que puso ilusión y verdad en todo lo relacionado con las fiestas del verano y, sobre todo, con su Certamen. El éxito de la sencillez y naturalidad, que contrasta con la presuntuosidad, algo provinciana y un tanto pueblerina, que sobrevuela, al igual que la espuma que levanta el viento en la Laguna, con demasiada frecuencia, en estos últimos años, por el recinto de nuestras Eras de la Sal.

Salva Torregrosa

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