Las diferencias sociales, que vemos acentuarse cada vez más, son injustas y abominables. Todos al nacer somos iguales, como también al morir. Sin embargo, durante ese trayecto vital, hay que ver las diferencias que se acumulan, según el lugar y la familia que te haya tocado. Ya no sólo por razón de sexo, raza o posición. Las circunstancias personales y sociales que rodean el entorno marcan la diferencia de forma transcendente. Hay casos en que la inteligencia, el ingenio o el talento innato de cada persona puede alterar su vida. Tanto para mejor, como, en ocasiones, para peor. Pero, por regla general, el nacimiento nos marca a fuego el destino.
Los últimos acontecimientos que estamos viviendo así nos lo demuestran. La proclamación esta semana de Felipe VI como heredero de la Corona de España, por el mérito de haber nacido donde nació. También la celebración del Mundial de Fútbol en un lugar como Brasil resalta mucho esta situación. Los disturbios que se han vivido en aquel país, a la vez, así lo reflejan. En un lugar donde existe tanta pobreza, parece toda una provocación el celebrar un acontecimiento que conlleva tanto gasto, que remueve los instintos más básicos de una población que sobrevive en la absoluta miseria -sin lo más elemental- y ven pasar a su lado la opulencia, sin recato. Unos jugadores -que no dejan de ser eso, jugadores- que ganan auténticas barbaridades de dinero, por jugar con una pelota y meter goles (o encajarlos) Una organización millonaria, marcada y señalada continuamente por la corrupción, que vive al margen de la tragedia humana que arrastran cada día millones de personas por haber nacido en otro ambiente, sin más culpa que la de no haber nacido en el lugar oportuno y en el momento justo.
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