Petronila, la cuñada de la portera de la finca en la que vivía la familia de la señorita Clot, era muy avispada y desde el primer momento vio algo raro en aquel hombre, quizás algo mayor para la señorita. La chica, de 17 años, calculó que don Álvaro tendría unos 40, pero como era rico, nadie se molestó en indagar en su vida. Llegó el verano y Petronila se fue de veraneo con sus señores a un pueblecito en las faldas de Navacerrada, al chalet que allí tenían. Una tarde vio salir de la casa de su tía a Don Álvaro con una señora y 4 niños. Enseguida se fue a la otra casa de la tía para enterarse quiénes eran los alquilados: «Gente gorda, hija; de tronío». «Sí, tía, ¿pero la señora es familia de don Álvaro?». «Niña, me parece que estás confundida: ese señor es don Diego Espinosa, la señora, su mujer, doña Úrsula, y sus 4 hijos». Petro se quedó patidifusa, contándole a su tía todo lo que sabía sobre el noviazgo de la pareja. Por medio de la tía, se enteró de la dirección que tenía esa familia en Madrid y aprovechó su día libre para tomar el autobús e ir a indagar. Efectivamente, aquel hombre era casado y vivía con su familia. Petro dejó transcurrir el verano sin saber qué hacer, si callar hasta ver cómo se las apañaba el mujeriego o alertar a Clot. Por último, para no dar la cara y, como recurso de cobardes, envió un anónimo a casa de la señorita Clot: «Antes de la boda, vaya usted a esta dirección, con una foto de usted con su novio y pregunte por don Diego Espinosa. Una persona que la quiere bien». Aquello le costó al don Juan de pacotilla romper con su familia, pagar una fuerte indemnización a su novia por incumplimiento de compromiso y 6 meses de arresto mayor. A la señorita Clot ese sol tan radiante la deslumbró.
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