El dinero no da la felicidad, pero calma mucho los nervios, dice Woody Allen. Estamos asistiendo a una época en la que se están descubriendo los ingresos exagerados que percibían una serie de personajes que, mientras reducían los salarios de sus empleados, o de toda la ciudadanía, ellos se aplicaban cantidades sin atenerse a control ninguno. Por otro lado, se lee que en los mercados hay excesiva liquidez y no se sabe en qué invertir. Hemos comprobado a qué nos ha abocado este exceso de liquidez y la falta de control existente.
En la época opulenta, hasta el PSOE se negó a subir el impuesto a los muy ricos. Así que parece que hay suficiente dinero para que pueda calmar más nervios de los que en la actualidad calma, y evitar esta bacanal de avaricia a la que, perplejos, asistimos. Hace falta una mejor distribución de la riqueza y mayores impuestos a las grandes empresas y fortunas.
Que el dinero no da la felicidad es cierto… Pero ayuda a que las personas, al menos, sean menos «desgraciadas»… Me explicaré:
Yo no estuve frente al Ministerio de Sanidad apoyando a los enfermos de hepatitis C, de cuerpo, pero si in-mente. El Gobierno no está tratándolas con el medicamento que cura más del 50% de los casos. Es caro… Y tienen el morro de decirlo en la décima potencia mundial…
También es caro un transplante o un tratamiento contra el cáncer; miedo me da cuando los contables deciden sobre los tratamientos. Es caro el medicamento, seguro que lo es, pero salva vidas. No creo que los rescates de autopistas, de Castor, los AVE a ninguna parte o los aeropuertos sin aviones salven vidas, aunque sí engorden bolsillos. No a todos nos toca la lotería muchas veces.
No podemos admitir recortes en sanidad, sobre todo cuando continuamos viendo derroches en otras áreas innecesarias, y que el PSOE no se suba al carro de: ¡¡¡NO a los recortes!!! Porque ellos fueron los primeros en hacerlo… ¡¡¡y cuando había brotes verdes!!!
En ese caldo de cultivo, entra como un elefante en una cacharrería Podemos con un coletas que, lejos de ser la solución, es, más bien, engrandecer el problema social en nuestro suelo patrio.
Pablo Iglesias se ha convertido en promesa electoral, siendo él el primer sorprendido, después de haber llenado unas cuantas urnas en las europeas y después de haber cambiado su misión y visión sobre nuestra nación.
Todo esto sería irrelevante si al menos en Barcelona hubiese aportado alguna idea para salir de la crisis, alguna aportación sobre cómo actuaría en cualquier cuestión de Estado, cuál es su idea de España o, al menos, hubiese compartido algún pensamiento que nos diese esperanza… Pero no. Optó por lo de siempre: la simpleza de recordarnos lo malos que son los demás, y lo mal que lo han hecho. Apañados estamos si los de los brotes verdes o los «Pablemos» de turno son la solución a España. Que se pare el mundo, que me bajo…
Carlos Morenilla Romero
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