El okupa

Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro

Para dar a entender que se preocupan (¿por nosotros?), y porque las elecciones les angustian esta vez, los jefazos del PP torrevejense, en La Siesta -urbanización-, están adecentando un solar. Hasta hace un par de semanas, el lugar donde ahora se van a reproducir los Jardines Colgantes de Babilonia (versión «bacala», eso sí), era una especie de vertedero, abandonado de todo cuidado consistorial y dispuesto a compatibilizar la mierda de perro con la ira de aquellos que les sacan a pasear. Afirmo (porque lo he presenciado cienes y cienes de veces), que en este país, las mascotas perrunas, soportan estoicamente la mala hostia (soportada en gritos, o golpes traicioneros) que, sus dueños, van acumulando durante el día, semanas o años de esa frustración que les genera no entender casi nada de lo pasa en ese su estrecho mundo, que les asfixia irremediablemente sin saberlo evitar.
Sigo. En este territorio, nacido y crecido yermo, indecente y sin gracia, debajo de una pequeña arboleda para gnomos desposeídos, y situada por azar en medio de este rectángulo asilvestrado y sucio, sobrevive un semiinvisible okupa. Sí señor, este inquilino del basurero salvaje e improvisado de La Siesta, se ha construido un bungalow (tamaño cama de dormir), utilizando todos los elementos desechables que te puedas imaginar. Entra dentro de la categoría de chabola unifamiliar, de un solo módulo, para un único visionario como su dueño. Si rodeas este futuro Jardín del Edén deportivo y solariego chipén, y con tu mirada trataras de adivinar donde esta el mini bunker de nuestro hombre okupa, es posible que no dieras con él. Su estrategia de camuflaje bajo las sombras del bosquedal, le protegen de toda visita inoportuna. Tal es así que, hoy mismo, a esta hora en que escribo estas líneas, mientras máquinas desescombran y alisan el tórrido suelo, los obreros asedian y remodelan su desangelado y ralo pasado de tierra estéril, inquietando, supongo, la transgresión de un desconocido de alquiler gratuito y sin IBI ni otras gaitas que liquidar a esta municipalidad salinera y bullanguera, este francotirador de la vivienda inédita, cuelga su colada en su recinto inexpugnable como si tal cosa. Y hace bien, porque si un desconocido, okupa un asentamiento en un territorio hostil (por inhóspito) y cercano al mundanal ruido; el ruido, okupa el subconsciente de la mayor parte de la Humanidad robotizada; la Humanidad, okupa un misterioso planeta a punto de estallar; el punto, okupa una porciòn inocua de esa línea infinita con horizonte azul añil incluido; lo inocuo, okupa las grandes superficies idílicas de la felicidad de un búfalo; un búfalo okupa la atención de un pájaro pica-parásitos diminuto y juguetón; los parásitos, okupan lo infeccioso y lo que no lo es; lo que no es, okupa el todo; el todo, okupa la vida desde siempre; siempre, okupa una verdad a medias; las medias, okupan muy poco espacio si las doblas bien y las sabes guardar en el cajón de arriba de la cómoda de tu habitación; tu habitación, okupa la parte de arriba de la casa de tus padres; tus padres, okupan su tiempo en discutir mientras se pierden, una vez más, el brillo de la luna llena esta noche; la noche, okupa la luz de las tinieblas; la luz, okupa la retina de los enamorados en el jardín del Este del Edén; el jardín (de La Siesta), okupa el tiempo de los políticos que han descubierto que hay un okupa sin censar en su municipio y eso no se puede consentir……
En fin, que podríamos llenar páginas y más páginas sobre las okupaciones propias y extrañas sin que nada ni nadie se quedara fuera de este bucle inabarcable, en el que todos estamos todos implicados. Efectivamente, todos somos okupas de algo o de alguien. A nuestro hombre desconocido de La Siesta -urbanización, ahora con jardín- , que okupa un terreno, abandonado desde siempre, están a punto de aplicarle un desahucio único y ejemplar: el de «parques y jardines limpios de parásitos ingobernables». Cuando esto suceda, o sea, en cualquier momento; en un día de estos, en el que estemos todos muy okupados, a la sombra del hombre con domicilio habitual en el antiguo vertedero, por fin, le dejaremos de ver.

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