¿Hasta cuándo va a ser el hombre esclavo de la explotación, humillado y vencido por jefes sin escrúpulos? Habría millones de cosas que narrar, pero hoy nos vamos a concentrar en los desheredados de la fortuna, esos seres que, cada día, arañan a las entrañas de la tierra sus riquezas, para poder mantener a sus hijos, por unos miseros sueldos. Me refiero a los que sacan el azufre en las laderas del volcán Kawah Ijen, al Este de Java. Son jornadas agotadoras y peligrosas, pues en cualquier momento puede entrar en erupción y matar a los 200 que arrancan el preciado mineral; luego, cargados como acémilas, con 90 o 100 kilos sobre sus débiles espaldas, recorren varios kilómetros llevando ese agobio a cuestas, percibiendo por ello 3 euros, el doble del salario medio de ese país. Corta es su vida, porque el azufre quema sus gargantas, destroza los pulmones y se come las manos. A veces el volcán eructa vapores nocivos que los obliga a trabajar con la boca tapada, pero les ciega los ojos y se llenan de pústulas alérgicas. Al amanecer, bajan por senderos estrechos, empinados y resbaladizos, que en cualquier momento los puede precipitar al vacio y cobrarse sus vidas. Llegan al fondo con temperaturas de 120º. Algunos llevan allí toda su vida, y, si contamos los kilómetros que han recorrido en la ida y vuelta, quizá darían la vuelta al mundo. Duermen hacinados al pie del volcán, para estar prestos al día siguiente. Sólo van a sus casas cada 20 días: descansan un par de ellos y de nuevo vuelven a ese infierno. Son explotados por una fábrica que vende el material y un capataz poco escrupuloso que, en cuanto se descuidan, les resta parte del salario. ¡Tienen las manos encallecidas; los hombros doblados de soportar tanto peso y jamás levantan los ojos! ¿Para qué? Parece que Dios los ha olvidado. Todo su afán y atención se concentran en ese peligroso cráter de 650 metros de diámetro, que es la panacea que mantiene a sus familias, para que los hijos tengan educación y el día de mañana no se vean abocados a esta tiránica labor. Esos hombres no saben de fiestas ni regocijo, sino que, como un animal condenado a un trabajo sin sentido, aguantan día a día, hasta que los visita doña Muerte. Así es la vida de miles de seres humanos a los que no se les reconoce como a hombres (ni como a bestias); son la escoria, los seres anodinos que llenan el bolsillo del explotador, que no sabe valorar su esfuerzo. Poco les falta para que, encima, tengan que pagar ellos por darles una tarea tan denigrante. Quizá si analizamos a mucha gente, no habría que irse a Indonesia, pues explotadores y gente malnacida la hay en cualquier parte. Luego se quejan de que los negocios no funcionan o se van a pique. En esas latitudes u otras semejantes, es lógica (entre comillas) la humillación, porque el 90% son analfabetos, pero en la sociedad actual, y cambiando de hemisferio, los obreros ya no se dejan pisar por jefes perversos y egoístas, sino que exigen sus derechos, de lo contrario… ¡que trabaje su padre! No es de extrañar, por tanto, que la gente esté en el paro, cobran casi lo mismo y no tienen que aguantar al «pedorro» de turno. Para que una empresa funcione, que se rasquen el bolsillo, ya que a todos los cuervos les gusta beber de la alcuza, y no van a tener ellos el pico de oro y el obrero de hojalata.
Reflexión=El dinero no hace la felicidad:la compra hecha.
Dejar una contestacion