Estaba todo el día desazonada, esperando que dieran las 12, para acudir a los fornidos brazos de su amor. Como nadie los oía, ni podían verlos, ella berreaba y aullaba de placer, y él gritaba como un poseso, aunque con mucho cuidado, no fuera a quedarse en estado la chica y se liara la de Dios es Cristo. Vuelvo a repetir que el demonio debe de tener poco trabajo, puesto que eso hizo, quedarse embarazada sor Caridad. Trató de ocultarlo todo el tiempo que pudo, pero la Superiora, que era una arpía, pronto se olió la «tostá», interrogando infructuosamente a la religiosa, que no soltó prenda. La Reverenda, actuando bajo cuerda, sin dar notificación al obispado, puesto que ella ya tenía trazados sus planes, y no quería que trascendiera la noticia fuera de los muros, esperó pacientemente el alumbramiento. También don Saturio pegaba la oreja a la puertecita de detrás del presbiterio por si oía algo anormal. Una de esas noches oyó pasos apresurados, ruidos y gritos, dando por sentada la llegada de su hijo al mundo. Salió del cobijo que le daba la puertecita y se ocultó detrás de una imagen, para así enterarse de todo. Vio que la Superiora hablaba con otra monja: «Démosle láudano a la madre y al niño; una vez narcotizados los enterraremos vivos en el nicho vacío, creo que es el 17». Don Saturio se estremeció. Se hizo el entierro y cada monja se retiró a su celda, pero él cavó con todas sus fuerzas, rompiendo el sellado del nicho y sacándolos justo cuando volvían en sí. Acudieron a casa de los padres de ella, que les dieron dinero suficiente para vivir lo más lejos posible de allí. Tomaron un barco hasta un país sudamericano, donde compraron una hacienda, y allí viven felices los 3, recibiendo cada año una asignación de los abuelos, con la tranquilidad de que, cuando ellos falten, todo será para el nieto. Señor, aquí acaba mi telegrama al cielo.
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