Otra vida real

El primer baile, el primer beso, el primer amor.
El joven no parece concentrarse en sus estudios, el joven no quiere salir de casa, el joven parece muy estresado, y sus padres, que temen que algo raro esté ocurriendo, intentan encontrar una oportunidad para hablar con su hijo. El muchacho, que sólo tiene quince años, está en el jardín de la casa sentado en un banco de madera de pino escuchando música desde un pequeño transistor de bolsillo.
«Lo sentimos mucho, hijo, pero te vemos muy preocupado y ya no coges un libro para estudiar. ¿Nos puedes decir qué te está ocurriendo? Sólo queremos ayudarte».
«El problema es que una chica de la academia de repaso me está bombardeando con cientos de correos cada día y no sé cómo pararla, lo he intentado, pero ella continúa enviando los mensajes cada día, es un martirio».
«¿Has tenido algún contacto con ella? ¿Está enfadada contigo? ¿Por qué tantos correos?», preguntó la madre.
«Nada, nada serio, sólo bailamos unos minutos en la academia de repaso en una fiesta, no he dado motivos para nada, pero me siento acosado y no puedo concentrarme en mis estudios», dijo el hijo.
«¿Conoces a su madre o algún familiar al que yo pueda contactar para intentar ayudarte?», preguntó la madre a su hijo.
«Sí, la madre es tu amiga mas íntima, sólo vive a doscientos metros de nuestra casa», dijo el hijo.
La madre va a ver a su amiga, que la recibe cordialmente, y le hace la pregunta a su amiga íntima acerca de los correos de su hija. La amiga la contesta muy educadamente:
«Si tu hijo no hubiera invitado a mi hija a un baile de la academia de repaso y no la hubiera besado, no tendríamos problemas, pero ya sabes lo que ocurre con el primer beso, el primer baile, el primer amor, todo se complica. Mi hija no come, no duerme, no estudia».
«Pues esto hay que pararlo porque ambos van a perder sus estudios y su futuro», dijo la madre.
Ambas familias acordaron reunirse en una barbacoa, incluidos el muchacho y la joven, también de quince años, y ambas familias disfrutaron maravillosamente la apacible y fresca tarde de aquel día, donde, sin bailar o besarse, paseando tranquilamente por el jardín, ambos jóvenes, muy sonrientes, llegaron a un acuerdo como amigos, como buenos estudiantes, y prometieron ayudarse mutuamente en sus estudios, tanto en la escuela oficial como en la academia de repaso.
Ambos jóvenes, a pesar de tener sólo quince años, se comportaron como verdaderos adultos ante la presencia de sus padres.

José Antonio Rivero Santana

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