Desde el Campanario nº563

La palabra epifanía está definida etimológicamente como manifestación, aparición. Utilizada con mayúscula es una de las más grandes fiestas para nosotros los cristianos, con repercusiones innegables incluso para los que no lo son. Y, aunque reconociendo que en esta sociedad consumista en la que navegamos ya desde décadas, los adultos que llevamos a nuestros niños a disfrutar por una mágica noche de los efluvios de la alegría desbordante y de la ilusión, no lo hacemos celebrando la mejor buena nueva del Evangelio, es obviamente una fiesta multitudinaria que a todos nos obliga. Aun a pesar de su coste material en estos tiempos que paradójicamente están tan llenos de bienestar por un lado, y tan de oscuridad y tristeza para los que no lo alcanzan. Y no digamos de las criaturas que por miles están viéndose obligadas a desplazarse de su tierra en busca de no se sabe qué porvenir, atravesando peligros y necesidades vitales sin cuento y que no vemos ni palpamos.
Pues ya ha pasado la Epifanía. Y hemos celebrado la manifestación o presentación del Jesús que nos nació en Belén de Judea hace ya mas de dos mil años, con una carga tal de trascendencia y significado que no ha tenido parangón. Aunque les pese a muchos, que, además de no darse por enterados, lo quieren borrar. Es ese misterio de la Natividad, esa Encarnación en vientre de mujer, de Jesús, el eje troncal sobre el que se asienta nuestra fe de cristianos. Si el Dios en el que creemos hizo varias alianzas con el hombre que marcaron su andadura, nuestra Iglesia considera que esta dación del Hijo fue la definitiva. Se nos ha dicho en las últimas homilías. Se hizo hombre con total abajamiento, para ser como nosotros, sufrir como y por nosotros, y redimirnos. Sin duda. Como designio divino. Si nos sintiéramos concernidos por su mensaje, merece la pena ilusionarnos con él, y dar testimonio. Mensaje de paz indudablemente, aunque por desgracia esté siendo ignorado, execrado y combatido con violencia que ya deja de ser inusitada.
Pues ya ha pasado la Epifanía y nos encontramos de bruces con esa otra que se escribe con minúsculas, y que nos golpea cotidianamente con feroz insistencia alumbrando lo peor de nosotros… ¿Pues no deberíamos estar de acuerdo para impulsar el entendimiento y la concordia? Me estoy refiriendo ya, como pueden suponer, a la manifestación reiterada en esta España nuestra, de ese desvarío político de nuestros dirigentes. Con esa comunicación tan peculiar que nos transmiten de porcentajes, votos y escaños, y sobre todo del empecinamiento de considerarse cada uno de ellos mejores que los otros, nos tienen envueltos ahora mismo en una situación caótica. Y, por favor, no despilfarren en nuevas elecciones que nuestra imperfecta democracia no es de segunda vuelta y por tanto no den pistas ni creen precedentes.

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