Antonio y María llevaban media mañana paseando. El día era espléndido, el sol brillaba, una brisa suave llegaba desde el cercano Mar Mediterráneo, trayendo efluvios marinos muy agradables. A sus más de setenta años todavía caminaban todas las mañanas, después de desayunar en casa un desayuno sencillo, su pensión no les daba para muchos lujos.
Originarios de Burgos, habían llegado a Torrevieja huyendo del frío. Unos paisanos que veraneaban en la ciudad salinera les comentaron las bondades del clima y el trato amable de sus gentes. Vendieron su casa y compraron un apartamento cerca del mar. Todavía les quedó un poco de dinero que repartieron entre sus hijos.
A medida que la mañana avanzaba, los abuelos necesitaron lo más elemental en una sociedad moderna y civilizada, un lugar para hacer sus necesidades, un aseo. Antonio buscó su monedero para entrar en un bar y pedir un café o un botellín de agua y poder usar el servicio, pero su mujer le había cogido las monedas para comprar el pan y un par de cosas para hacer la comida, así que se lo encontró vacío. Volver a su casa les suponía media hora de camino por lo menos. Buscaron aseos públicos, ya que estaban por el centro de la ciudad, no había ninguno, el dolor de vejiga empezaba a ser insoportable; además, Antonio padecía de prostatitis, lo que empeoraba el problema. Muertos de vergüenza, preguntaron a un matrimonio mayor que pasaba por allí si conocían algún aseo público, contestaron que no, que los que había estaban en la Playa del Cura, pero que estaban muy sucios y muchas veces cerrados, que se acercaran a la biblioteca que allí había aseos.
Antonio, pensando que no era socio de la biblioteca, le daba reparo entrar, pero la necesidad aprieta y al final entraron los dos al baño. «¡Qué descanso!», exclamaron al verse después fuera de los aseos, y «¡qué limpios, así da gusto!». Decidieron hacerse socios de la biblioteca tras visitarla, tanto por poder sacar libros en préstamo, como para tener una parada técnica en su camino donde poder aliviarse.
Se marcharon de la biblioteca aliviados y agradecidos, comentando que era una pena que una ciudad tan bonita como Torrevieja no tuviese aseos públicos en condiciones y repartidos por los barrios y plazas, dado que tantas personas mayores y turistas en general la visitaban o vivían en ella.
«Es una pena que no se preocupen de servicios mínimos tan importantes en una ciudad turística, incluso se generarían puestos de trabajo para mantener los aseos públicos limpios y atendidos», comentaban los abuelos mientras volvían a su casa.
Jorge López Hernández
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