La tía Pajiza, a los 45 años, se quedó en estado, cosa extraña en el pueblo. A sus espaldas decían que si era «machorra», hermafrodita y no sé cuántas cosas más. Llevaba casada 20 años y nunca tuvo ni un mal aborto, por eso tanto jaleo y murmuraciones, de las cuales ella pasaba. Era una mujer tan buena, que, aún a sabiendas de las críticas, donde había un corrillo de comadres cotillas, a todas las saludaba. Ahora, en su preñez, no podía acudir a trabajar en los campos, como antes. Se sentaba en una silla de madera de álamo, con asiento de anea, junto a la puerta de su casa, haciendo «patucos» y todo el ajuar del bebé. Allí acudían las comadres a darle «cháchara», y, al mismo tiempo, cotillear, para luego contárselo a las otras. No eran en balde esas «traidoras» visitas; la tía Pajiza las obsequiaba con platos de jamón serrano en taquitos, catavinos llenos de vino embocado, Málaga-virgen o moriles de Montilla: así salían ellas, dando bandazos de un lado a otro de la calle y con la lengua más suelta que de costumbre. Llegó la hora de parir, y la subieron al piso de arriba que estaba la alcoba con la ancha cama de matrimonio; tenía 3 colchones, y, sobre ellos pusieron trapos y papel de estraza, que absorbiera la sangre que se produciría en el parto. Ayudada por las mujeres de la aldea, allá, al alba, salieron del cuerpo de la tía Pajiza 5 cosas, como peces con alas, que dieron varios saltos sobre la cama, muriendo a continuación. Nadie pudo explicar aquel extraño fenómeno, pero sí que la sangre traspasó los colchones, el suelo de cañizo y llegó a caer al piso de abajo; tampoco se podían creer que ella siguiera viva. ¡Ver para creer!
Pero chico esto qué es?
De cuarto milenio?