Estas cosas modernas de teléfonos móviles, Internet, etc., son algo prodigioso: se podría decir «¡El árbol de la ciencia!», siempre que estén manejados por manos responsables. Pero ocurre, a veces, por desgracia, que mucha gente «tarada» los utiliza de forma peligrosa. Pongamos aquí un ejemplo real, ocurrido no hace mucho: A través de las redes sociales, una señora, ya con nietos y todo, conectó con un hombre, trabaron una relación, llegando él a venir a verla desde la otra parte del país, con la idea de pasar juntos el fin de semana. Mientras, ella había alquilado una casita cerca de un bosque y junto a un riachuelo. La zona era una delicia, con sus vistas a prados verdes, cordilleras altivas y cielo azul: despertaba la ilusión idilica de cualquiera que tuviera el alma romántica, pero no para aquel «garrulo» que llegó del Norte; pastor de vacas, hombre rudo e ignorante, que sólo vino, como decia a las amigas de la señora, en tono desvergonzado, «A meter» (¡vaya vulgaridad!). La primera noche, ella había encargado comida para esos días, que recogieron y se llevaron a la casita, pero, mira por dónde, dieron con la bodega, repleta de botellas de licores de todo tipo y, como a los dos les gustaba «la pimpla», agarraron una cogorza de padre y muy señor mío. Desde el viernes hasta el domingo todo fue practicar sexo y emborracharse, alterando por ello sus ánimos. Empezaron a discutir, echándole él en cara a ella que era una ninfómana borrachuza, y ella le dijo paleto, borrego y no sé cuántas «flores» más. El lunes por la tarde, las amigas dieron la voz de alarma al ver que la señora no había vuelto a su casa. Apareció a los 3 días, estrangulada, dentro del riachuelo y el móvil destrozado. Tuvo el tiparraco buen cuidado en no dejar huellas ni nada identificable. Nadie sabía nada de él, porque mintió en todo, su nombre, lugar de procedencia e incluso el rostro, que llevaba tapado con una bufanda. Aviso a «navegantes». ¡Cuidado con los adelantos modernos, que los carga el diablo!
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