¡Ay, Sancho! Compañero de mis fatigas, pesares y andanzas. ¿Has visto qué desfachatez, cinismo, desvergüenza, e infamias pasan en estas sociedades de indecentes, corruptos y podridos personajes, en esta hidalga y soberana España nuestra, donde la gobernanza de truhanes campa a sus anchas, dejando al noble pueblo con «duelos y quebrantos», de injusticias y maldades. ¿Y sabes que otra nueva infamia sale a relucir, que llena de indignación y desprecio al pueblo llano, que, empobrecido y apaleado, condena, con razón, a esos abyectos sujetos? La de los papeles de Panamá, que tengo que confesarte que yo, ofuscado de momento, al no estar en la onda ni en la enjundia de ellos, y al celebrarse el quinto centenario del nacimiento de Cervantes, mi padre, creí que esos papeles, allende los mares, hablarían de él, y de mí y mis hazañas, tan elogiadas y conocidas. Craso error de mi quijotesco ego, Sancho. Pero pronto me vino la lucidez sobre dichos papeles, que no hablan de mí, sino de esos despreciables e indignos personajes, que manchan el honor de nuestra noble España, y lastiman a las buenas gentes que, como siempre, están bajo el peso de la losa que los oprime, los humilla, y los hunde en la indigna pobreza, y la marginación provocada, por estos desalmados malandrines, de la corrupción y la ocultación sistemática, de sus oscuras finanzas y riquezas, al físico. Que, «ciego, no ve, no se da cuenta ni sabe», de esas «malas artes» que utilizaban para llevarse a escondidas buena parte de sus millonarias ganancias a esos paraísos que no son los de la Biblia. Pero, ¿sabes, Sancho?, esas extrañas sociedades semidemocráticas y desnatadas, de derechos y libertades, están hechas para delinquir los de arriba, y no pasa nada, porque lo hecho, lo lavan con «jabón neutro», y queda limpio, como la patena. Y los de abajo, con jabón de «palo» -que así les va a los pobres-. A mí, me solivianta.
Señor, no se deprima, altere, ni se avergüence vuestra merced, de su honesto y bien merecido, ego. Los que deben hacerlo son estos rufianes de «alta estofa»: realeza, ministros, banqueros, diversos empresarios, sindicalistas, artistas y hasta un «Nobel» de literatura. Toda la olla podrida, de esa gran ristra de alta «gama» de chorizos pata negra. Ellos sí deberían, avergonzados, entonar el «mea culpa», «pagando y purgando» bien sus fechorías y malas artes para sus ladronicios encubiertos, como hijos de vecino. Pero no, con amnistías, prescripciones, excepciones al canto y «buena conducta». ¡A pedir de boca! ¡Qué ironía!
Esta crítica, airada, asqueada, indignada, y realista, he tenido la osadía de hacerla en clave quijotesca, sobre estos despreciables y miserables personajes, que gobiernan el cotarro de la corrupción, la inopia, la tolerancia, la dejadez y el absolutismo de los poderes, que se salvan de sus desmanes, con argucias -que se las saben todas- y buenos defensores, de «altos vuelos», mientras el sufrido y pisoteado pueblo, de a pie, indefenso, siempre paga. Le «substraen» por todos lados, y se le fiscaliza el aliento y hasta el olor de pies. Si ese personaje cervantino anduviera en estos tiempos por estos lares de fangos, barrizales, lodos, de corrupciones y mentiras al peso, los «molinos de viento» derribaría. Y su insigne e ilustre creador, Miguel de Cervantes, de otra manera le hubiera concebido. Sería un valiente, heroico y quijotesco reportero cuerdo, con una cámara y un todo terreno, jugándose la vida en las guerras. Y en la paz, ayudando y denunciando a los que manipulan, desvalijan y deshonran la noble Ínsula de Barataria en ese lugar de la gran «mancha» de cuyo nombre…
Josefina García
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