El abuelo estaba cada vez más torpe y olvidadizo; un día, le dio «algo» en la cabeza y hubo que ingresarlo en el hospital. La hija se quedó allí la primera noche, porque tenía puesto el suero, pero, luego, parece como si se hubieran olvidado de él. Recibieron una llamada del centro sanitario y fueron la hija y el yerno. El médico les informó de que no mejoraba y presentaba los primeros síntomas de Alzhéimer, que fueran buscando una residencia, ya que las camas se necesitaban para casos graves. La pareja se fue y al día siguiente se presentó con un notario, que había redactado un acta en la que dejaba todas sus posesiones (que eran muchas) a la hija. El pobre viejo no recordaba que tenía otros 6 hijos. La hija lo engañó diciéndole que firmara aquellos papeles para entrar en la residencia y el pobrecito «picó». A los pocos días seguía el viejo allí y la dirección del hospital llamó una y mil veces y nadie contestaba al teléfono. Tuvieron que acudir a las autoridades, que se encontraron la casa cerrada a cal y canto. La pareja desaparecida había vendido todas las fincas, casas, ganado, y todo lo dejaron liquidado, más la cuenta del banco a 0. Se les comunicó al resto de los hijos la extraña situación, pero, entre unas cosas y otras, y los papeleos que van lentos en casos de justicia, le dio al abuelo un derrame cerebral, quedando la hija y el yerno dueños de todo el dinero, en algún país desconocido sin ley de extradición, y los hermanos sin un «chavo». A la cremación del cadáver sólo asistió el cura, un monaguillo, un par de médicos y algunas enfermeras y… pare usted de contar. ¡¡¡Tenga usted hijos para esto, para que lo desplumen como a una gallina!!! ¡¡¡Qué pena de gentuza, pero algún día recorrerán el mismo sendero!!!
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