Paco el sietemesino

¡Vaya susto que se llevó Mariana, cuando estaba haciendo «pipí» en el orinal; de pronto, sintió un gran retortijón. Acostumbrada como estaba a parir, ella diría que era un parto, pero no: sólo estaba de 7 meses y su vientre apenas sí abultaba, pero se equvocó, porque aquella cosita pequeña que se removía en su interior pedia «paso», acelerando su expulsión a base de contracciones. Sujetóse el bajo vientre y llamó, a través del tabique, a su cuñada-comadre-vecina Dolores, que acudió volando. Se echó en la cama a esperar; al rato, apareció un bebé que parecía un muñeco: no pesaría más de 2 kg y su llanto era la onomatopeya del de un gatito. No había ropa para vestirlo; todo lo de sus hermanos le quedaba grande. La comadre, con la Singer manual, dándole vueltas a la rueda con una mano y con la otra forma a la tela, en un santiamén le confeccionó lo suficiente para cubrirle. El problema gordo vino a la hora de alimentarlo, ya que no se agarraba al seno materno, por más que la madre se empeñara, viendo al niño llorar y llorar de hambre. Dolores ordeñó a la parturienta, llenando un dedal; mojaba el dedo y, con sumo cuidado, lo introducía en la boquita; el chiquitín chupaba con deleite. Así lo criaron durante 3 meses hasta que se ajustó a mamar él solo. A la hora de dormir, le ponía su madre botellitas llenas de agua caliente envueltas en trapos, una a los pies y otra en cada costado. Tuvo muchos problemas para salir adelante: ya se sabe que los sietemesinos son delicados de criar y más en 1940, que apenas sí habia médicos, incubadores o reconstituyentes: en previsión, Mariana se comía todos los días almendras, nueces, avellanas…; eso le daba nutrientes a su leche y reforzaba el cerebro del niño. A propósito, le pusieron Paco y siempre fue un «canijo».

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