Desde la prehistoria, la cultura primero del trueque -que aún hoy existe- y la venta después de alimentos, ropa, calzado, utensilios, ganado… se hacía y se hace al aire libre, en plazas, calles, pueblos y ciudades, en los países más remotos de la Tierra, por diferentes razas, hasta nuestros días; y la venta ambulante de esos mercados o mercadillos sigue ahí, en todos sitios, al unísono, con el otro comercio habitual establecido, en tiendas y supermercados.
Por los años 40, en los duros y míseros tiempos de la dictadura, un día, llegaron a Torrevieja desde los pueblos cercanos -a la consigna «del productor al consumidor»- unos pocos huertanos a vender sus productos de la tierra; pusieron en el centro del pueblo sus banastos de madera y sus frescas cosechas del campo y la huerta. Frutas, hortalizas, junto con conejos, gallinas, huevos, pavos… Aquello nos dio mejor calidad de vida a las familias de entonces, como a las de ahora. Las duras condiciones que se vivían en la posguerra de pobreza, en los hogares de la clase obrera, con extenuantes horas de duro trabajo, siempre, con paupérrimos sueldos de miseria y explotación por los dictadores que gobernaban el cotarro y se enriquecían, igual que ahora, en la «bendita» democracia. Eso sí, al menos, en libertad «condicionada» y derechos restringidos y mermados. A aquellos primeros vendedores, con su valiosa mercancía, se fueron sumando otros puestos, con tenderetes de zapatos, prendas de vestir, tejidos, hilos -que, por cierto, el abuelo y padre de los Riera (creo eran de Orihuela) empezó a venir aquí a vender hilos y prosperó, poniendo una tienda, en el mismo lugar en el que hoy sigue con prestigio-. Lo mismo el retalero, que se engrandeció, vendiendo retales en el mercadillo, de ahí su mote. Y ahí llegó el primer cambio. El esencial generador de compra; y el dinero que entraba a las arcas del Ayuntamiento, que se enriqueció con ese maná, pero pronto, al comercio local y la Plasa les hacía «sombra», y alzaron sus voces y sus poderes mediáticos, y el «molesto y perjudicial» mercadillo, de nuevo, fue cambiado hasta cinco veces de ubicación. Molestias, suciedad y peligro al que estaba expuesto era, y es, el detonante. Desde siempre, no han encontrado sitio para ubicarlo dentro del pueblo como debiera ser; la solución, desterrarlo bien lejos y que él y el pueblo de a pie se perdiesen entre sí. Los vendedores ambulantes, con lluvia, viento, frío y calor, se exponían y exponen sus vidas en las carreteras con un gran esfuerzo y sacrificio, para darnos mejor calidad de vida, pero el mercadillo estaba desde el principio sentenciado, por una cosa u otra. Su delito, ser un comercio al aire libre, diverso, justo, sin intermediarios, del vendedor al comprador, para las clases trabajadoras del pueblo y su economía.
El mercadillo, por sus «molestias» en su momento, debieron quitarlo de las calles y ubicarlo en una parcela, pero dentro del pueblo; pero no hubo ni interés ni intención alguna en los gobernantes. Estorbaba y punto. En toda España y demás países, salen en documentales los mercadillos en los centros principales de capitales, ciudades y pueblos de todo el orbe, asentados y asimilados como un comercio más, junto a los otros, con sus puestos de tenderetes igual que aquí, con multitud de gente comprando, pues forman y son parte de una cultura ancestral en perfecta unión. Este, nuestro variopinto mercadillo, donde se juntan africanos, sudamericanos, ucranianos, con los autóctonos de aquí, vendiendo su mercadería, es una muestra de la perfecta unión de las razas conviviendo en armonía. Anoche soñé que iba de compra por el mercadillo y era feliz en el sueño; pero al despertar, sentí el vacío, la ausencia, y me sentí y me siento dolida e impotente, ante tan valiosa pérdida, y su DESTIERRO, OBLIGADO.
Josefina García
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