Todo el día precipitó en la zona de Torrevieja, un pueblo de pescadores en España. Estaba navegando por el Mar Mediterráneo en busca de piratas. Me llamo Zara Jones y voy destino hacia el Mar Caribe, en un barco bautizado como Las Veinte Coronas. Con mi tripulación, compuesta por un par de animales y personas, nos esperaba una parada muy importante en territorio de ingleses. Al final llegamos a la Isla Caimán: entramos en una taberna un tanto clásica por el tipo de decoración que tenía, se llamaba Honores. Me encontré con uno de los piratas más buscados en el océano, Pollo Smith. Tenía un parche en el ojo izquierdo. Según cuentan, lo perdió en una batalla naval en contra de los nazis, por costas alemanas. Siempre llevaba consigo una espada hecha de diamante y oro, la llamaba Infinito, no le había causado ningún problema y había eliminado a miles de piratas con ella. Por eso, era su gran tesoro y le tenía mucho cariño. Casi siempre le hacía compañía un dragón pequeño, que tenía por nombre Maximus, y que había encontrado en un barco súper destruido hace un par de años. Lo adoptó para toda la vida. Podía volar más alto que los aviones y tenía el gran don de hablar, en vez de escupir fuego. Acusado por el Parlamento de Justicia por muchos delitos, y un par de muertos con su nombre puesto, conseguí hablar con Pollo Smith para llegar a un acuerdo, que no dañara a nadie más, y así fue, porque terminé enamorando al más terrible de todos los piratas. Le acabó encantando el amor verdadero. Al final, le gustó que le volviera un poquito más loco y terminó por cruzar el océano entero para volver a verme, quizás sentirme un poco más, y para decir las palabras más sinceras que cualquiera puede sentir; cuando el poderoso «te amo» salió de su boca, vi el mundo en pausa por dos minutos, al menos, y comenzaron a salir de las nubes miles de luciérnagas con diferentes colores, que nos rodearon con luz propia, bailando la música de dioses, que empezó a sonar del vacío. Un beso los silenció a todos y la luz se fue.
Yulissa Fernández
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