En este más que tórrido verano, sumergida en una inercia donde campa la angustia existencial que te engulle y anula todo deseo de superación del trance emocional, el fiero zarpazo brutal, criminal, del Yihadismo, me ha golpeado y me ha hecho salir del interior de mi propio laberinto como un revulsivo. Este terrible acto terrorista, de estos inhumanos seres, con su carga ideológica de odios instrumentalizados y manipulados cual robots, sin lucidez, ni conciencia alguna; con sólo una idea, una única misión en sus miserables vidas, marcadas con soflamas incendiarias en sus mentes que les inculcan los siniestros personajes del Daesh, y les hacen perpetrar tan horribles y abominables masacres de seres inocentes en todo el mundo, y que no tienen parangón alguno. No voy a entrar en el motivo que es sabido y está ahí, y ha provocado y dado paso a este terrorismo extremista que nos ha infestado y se extiende como un maléfico virus incontrolable.
A las cinco de la tarde del 17 de agosto, las Ramblas las tiñeron de muerte, dolor y sangre estos sanguinarios criminales; y, tras la tragedia, el grito unánime «No tinc por», no tenemos miedo, estalló como un volcán incandescente en las Ramblas, calles, y en la masiva manifestación de profundo dolor que se hizo por las víctimas. Pero todo ese fervor, ese lamento estremecedor la tarde de la manifestación, debió ser solamente por las víctimas y no lo fue. Qué vergüenza e ignominia, qué falta de respeto a las víctimas y a sus familias, de diferentes nacionalidades, edades y géneros, que la enturbió esa clase de sucia política rastrera oportunista que ni siquiera en ese emotivo y dramático acto, con pancartas de rechazo y condena al terrorismo Yihadista, otras se unían junto a banderas esteladas, aireando sus aspiraciones independentistas, irreversibles. Una parte de Cataluña ha perdido el norte, el «sur», la ética y la parte de humanidad en su ideología; su idea diferencial, de clase y raza catalana, acuñada bajo el símbolo de país, de nación, cuando no se dan cuenta de que todos formamos parte de un todo, de una sola y gran nación global llamada Tierra, y sólo una raza humana de un mismo árbol de vida.
Si me desasosiega y duele lo que está pasando en todo el mundo con las incontrolables y siniestras ramas del Isis, el Daesh, las inhumanas tragedias de hambrunas, los refugiados abandonados repudiados sin tierra, los inmigrantes que sepulta el Mediterráneo, etc., etc., también me preocupa, y me duele, el enfrentamiento irracional del conflicto independentista y sus consecuencias imprevisibles, en estas aguas revueltas de intereses políticos más que de derechos humanos.
Josefina García
Bien por el general Trapero, quien tras la explosión del chalé (y previos los avisos de distintos servicios de inteligencia internacionales) pudo impedir el atropello y desarticular el comando terrorista.