Vivir en una familia con padres que te quieren y te cuidan es único, admirable y humano, pero la vida no es siempre un camino de rosas, o conseguir un novio o novia, o ir a bailar, o una caminata al parque o a la playa o al bosque.
Algunas familias, por diferentes circunstancias, se dividen o separan, se aman o se odian, cambian de casa y de trabajos, se divorcian o se vuelven a casar, pero María, de 5 años, y Juana, de 6 años, fueron separadas de la noche a la mañana, y sin explicaciones, siendo adoptadas por diferentes familias, de diferentes pueblos.
Los padres de María y Juana, sin estudios, casi sin familia (aunque una hermana de la madre vivía en otro pueblo cercano), fueron violentamente abusados, ambos fueron también abandonados y adoptados, eran muy pobres y sin trabajo, por lo que decidieron, muy dolorosamente, y sin dejar rastro, dar a sus hijas en adopción para disfrutar de una mejor vida y bienestar.
Pasaron los años y, aunque tanto María como Juana, que intentaron encontrarse por un tiempo, pero sin suerte, no cursaron estudios universitarios, sí que ambas estudiaron administración, y María trabajaba en un supermercado local, mientras que Juana, que vivía a unos 40 kilómetros de María, perdió su trabajo como enfermera en el hospital de su pueblo.
Un día, cuando Juana intentaba solicitar un trabajo en una clínica de su pueblo, la recepcionista, mirando detenida y sonrientemente a Juana, le preguntó si tenía otra hermana. Juana miró a la mujer, que se parecía mucho a su madre, sonrió y, muy nerviosa, decidió abandonar la clínica. La mujer le dijo a Juana: «te llamaremos si te seleccionan». Juana, que ya estaba casada y con dos niñas, consiguió el puesto de enfermera en la clínica, que le ayudaría a cuidar de su familia, aunque sin noticias de su hermana María.
La mujer, al parecer su tía, saludó a Juana en su nuevo trabajo, pero insistió preguntando a Juana si tenía otra hermana, que había sido adoptada. Y Juana, mirando a la mujer y llorando dijo que sí. «Yo fui también adoptada por mis padres, porque no podían mantenernos y prefirieron una vida mejor para nosotras, según me dijeron mis padres adoptivos».
«Yo sé dónde vive tu hermanita María, ya casada, sin niños, no quiso tener niños, que trabaja en un supermercado». La ahora tía y Juana se abrazaron y lloraron de felicidad porque finalmente iban a reunirse con María en unas horas, después de tanto sufrimiento para encontrarla.
José Antonio Rivero Santana
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