No te hacen nada los parches, medicamentos, acupuntura, boquillas aromáticas, yerbajos ni ninguna zarandaja de ésas, ya que todo está en la mente y cada una debe dominar sus emociones en el sentido donde el hipotálamo, los hemisferios, el cerebelo u otros departamentos cerebrales que te incitan a algo que tú rechazas. Mis primeros recuerdos son de cuando era pequeña, que mis hermanos le «choriceaban» a mi padre algo de la picadura que venía de Gibraltar, después de la Guerra, y los papelillos para liarlos, de Bambú y Jean, mezclando matalauva y encendiéndolos con un tizón de la lumbre. Nos metíamos debajo de los catres de los obreros y, allí, a echar humo como locomotoras. Cosas de niños, pensad si hubiera saltado una chispa a las almorcelas (colchones) rellenos de panojas de maíz y se hubieran puesto a arder, que eran 50 catres, y en la planta de abajo estaban las cuadras y cerca la paja para mulas, toros y resto de animales, pero a esa edad no se tiene idea del peligro ni se calibran sus consecuencias. ¡Ah!, pero un día nos «pescó» mi madre, que, ante el olor que venía de aquella zona, subió la escalera con mucho sigilo, y allí estábamos mis hermanos, Ramón, Paco, mis amigos Pepe, Magdalena, Urbana y Juanillo, y, por supuesto, yo, que era la «sargenta» que los llevaba a todos de cabeza y tenía más agallas que todos juntos, ya que nunca he tenido ni tengo miedo a nada ni a nadie. Todos tiraron sus colillas y salieron corriendo; sólo quedé yo ante mi enfurecida madre, que era tolerante y sensata. Ella me hizo ver esos peligros que he descrito y me prohibió fumar nada hasta que fuera mayor de edad. Entretanto, estaba bajo su tutela y no iba a permitir semejante barbaridad. A los 19 años empecé a fumar y ya os he dicho que llevo 16 años sin poder ni oler ese humo maldito. Ya me contaréis si con mi método podéis dejarlo. Ya me enteraré en las redes. «Vicio combatido, vicio vencido».
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