Otra raza (1)

«¡Ay, ay, Rafaé, que este va a dar más guerra que los otros. Ozú que malita estoy!». «Cármate, Manola. ¿No has parío 12, pos uno más y ya está». «Ya sabes que er núnmero trese es er de la pata torcía». Rafael tomó un trozo de trapo negro para secar la frente sudorosa de su compañera. Después, trató de relajarla con sus palabras: «En este caso, Manolilla de mi arma, ese trese mus va a traer suerte, lo presiento aquí dentro», dijo, golpeándose el pecho. «Va a ser el churumbel más bonito der mundo». Manola sonrió débilmente: «¿Cómo están mis niños, los otros?». «Tranquila, mujé, están tós escondios debajo de un olivo. No tengas cuidao, que no asomarán el «jocico» de entre los ramones. Los he amenasao con la vara de fresno, que es mano santa pa tanta prole». «¡Angelitos míos, si yo muriera», sus ojos se llenaron de lágrimas, «no sé qué sería de ellos». Después, su rostro se crispó en un gesto doloroso. Aferrándose a las manos de Rafael, lanzó un grito y dijo: «¡Cógelo, Rafaé, por Dios, no se vaya a «escalabrar» con una piedra!». Rafael se inclinó y recogió a la criatura, que cayó en sus manos. Echó mano al cinto y, con la navaja cabritera, cortó un trozo de guita que colgaba de él, ató el cordón umbilical al bebé y el lado de la placenta de su mujer dando un tajo en el centro, sacó un pañuelo sucio del bolsillo y limpió con cuidado y amor los ojitos, nariz y boca del recién nacido; luego, las partes íntimas, exclamando, todo alborozado: «¡¡¡Manola, Manolilla, es una muchacha; esta vez ha habido suerte, por fin ya llegó la niña tan deseada!!!». «A ver, a ver: déjame verla. ¡Ozú, que niña más presiosa, si talmente se parece a la Macarena!». La pequeña empezó a llorar y su madre la enrelió en un viejo mantón, arrebujándola en sus brazos mientras la besaba y lamía como hacen los animales…

Continuará.

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