Hoy en día, existen muchas personas que, a pesar de que en su interior dicen creer en algo, incluso directamente en Dios, les da mucha vergüenza confesarlo en público, y otras que tienen miedo de que los vean entrar en un templo católico, y digo templo, porque él, precisamente, no es la Iglesia. El templo es el lugar donde la Iglesia se reúne, va a encontrarse con Jesucristo, tanto en el Sagrario, como en la Eucaristía, o sea, que podríamos llamarlo la Casa de Dios. La Iglesia es algo mucho más importante, la componen más de 1.500 millones de católicos en el mundo, sin contar aquellos que dicen, «yo soy creyente pero no creo en los curas y, por eso, no voy a la «iglesia»». Lo mismo que aquellas personas que van al funeral de un amigo/a, y se quedan en la puerta del templo, por no entrar en el mismo, ¿es que creen que les puede pasar algo o intenten convertirlo? Que no tengan miedo, que en ese lugar nadie le va a preguntar por qué ha entrado ni si es creyente o no lo es, y tampoco se le va a recriminar ninguna cosa o hecho, y, así, acompañan a sus amigos/as en sus últimos momentos en este mundo. Solamente se les solicita respeto para con aquellas personas que sí creen, pues ellas no se meten con nadie por el tema de creer o no creer, y respetan a todo el mundo. Por poner un ejemplo, cuando decimos «Fulano se ha bebido una botella de vino», no se ha tragado la botella, sino el contenido que había en ella; pues lo mismo pasa con los templos. La Iglesia es el contenido del mismo, o sea, las personas.
A Dios nadie lo ha visto, ni sabe su nombre ni cómo es, y, cuando en el silencio se le habla o se le pide alguna cosa, no te contesta directamente o cuando tú quieres, sino que te da lo que has pedido en el momento que Él lo considera oportuno y apropiado. Ya lo dice en el monte Sinaí o monte Horeb. Es una montaña situada al sur de la península del Sinaí, al nordeste de Egipto, entre África y Asia, y es el lugar donde, según la Biblia, Dios entregó a Moisés los Diez Mandamientos. Cuando Moisés habló con Él, le preguntó: «¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?». Y Dios le contestó: «YO SOY EL QUE SOY» y nada más. La vida de un cristiano no es otra cosa que la de seguir caminando y peregrinando hacia el encuentro con Dios, en la búsqueda de la Luz de Su rostro, y ese peregrinar hacia Él buscándolo, solamente se cumplirá en el día que pasamos de este mundo a su mundo. Y si alguien o alguno quiere saber dónde está ese camino, no es otro que Jesucristo, Él es el camino, la verdad y la vida.
Dios nos hace libres, es paciente y no tiene prisa, siempre espera. Cuentan que el P. Tony tenía mucho miedo a mirar a Jesús a los ojos. Siempre que pasaba junto a Él, bajaba los suyos y no le miraba. Un día se armó de valor y, realizando un gran esfuerzo, miró a Jesús directamente a los ojos y, ¿qué oyó? Solamente «TE AMO», «TE QUIERO», y no le interpeló por sus faltas y pecados, solamente vio en Él «AMOR». El pecado no es otra cosa que hacerles daño a los demás, incluso a uno mismo.
El concepto de libertad visto por un cristiano es muy distinto a lo que mucha gente considera. Hoy, la libertad, para muchos, se convierte en una esclavitud del sexo, la droga, la moda, la bebida, el botellón, el divorcio, el aborto, el aparentar, el maltrato, el egoísmo, etc. En el libro de economía «LECCIONES DE ECONOMÍA PARA NO ECONOMISTAS», escrito por el profesor titular de Economía de la Universidad de San Carlos Sergio A. Berumen, texto utilizado por muchos economistas o estudiantes como libro de consulta, viene una anécdota que nos va a enseñar cómo entender esto: «Un matrimonio acaudalado decide comprar un automóvil nuevo. Entran en el establecimiento de un concesionario de una determinada marca y éste les enseña el último modelo recibido de fábrica, el cual, a la vista del mismo, les encanta. El concesionario les indica que pueden probarlo, y salen con él a dar una vuelta. El diálogo entre ambos es, más o menos, el siguiente: «qué espacioso es, ¿verdad?». «Sí», le contesta su marido, «y potente, y fácil de conducir, me encanta este coche». Entonces, ella dice: «ya lo tenemos decidido, lo vamos a comprar». Cuando vuelven al concesionario, le dicen: «nos encanta el coche y queremos comprarlo, ¿nos dice usted el precio?», y el concesionario se lo indica con detalles. Entonces la mujer dice: «¡Ah, no! Yo ya no quiero este coche». Entonces, el concesionario le pregunta que por qué no lo quiere, y ella contesta: «porque es demasiado barato».
Aquí tienen ustedes un ejemplo claro de la esclavitud de la que hablo. ¿Y si sus amigos se enteran de que llevan un coche tan barato? Sería un escándalo entre la sociedad que ellos frecuentan. Podría poner más ejemplos, pero el espacio de que dispongo en el periódico no me lo permite.
¿Por qué los cristianos, especialmente los católicos, son tan perseguidos y maltratados por los enemigos de la «Libertad Religiosa», la de «Expresión» o cualquier otra? Que yo sepa, no encuentro razón alguna para que nos traten así, nosotros no vamos diciéndole a nadie que se convierta, que vaya a la Iglesia, no decimos nada a nadie, solamente al que viene a escuchar los Evangelios al templo, los cuales nos hablan del amor de Dios a los hombres. Dios no es un castigador. Nos enseña, a través del Espíritu Santo, cómo debemos vivir en paz y respetando la libertad de los demás.
Cualquier joven que ha sido educado en una familia cristiana, hoy encuentra dificultades en el colegio, en la Universidad, en el grupo de amigos, etc. Porque la esclavitud de algunos quieren imponerla a los demás.
Carlos García
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