Última semana de Cuaresma. Estamos leyendo el evangelio de San Juan, calificado como «evangelio espiritual» y que deberíamos repasar a cada momento. Mañana será víspera de Viernes de Dolores y el pregón. Y el domingo será Domingo de Ramos con su procesión de las palmas, rememorando la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos del pollino que Él mandó prepararse. Y cosas de la historia y de la vida. Muchedumbres enfervorizadas como casi todas, no sabemos de cuántos de esa muchedumbre y ante Pilatos días después, gritaban enfervorizados igualmente que soltara a Barrabás y crucificara a Jesús.
Es tremendo el evangelio de San Juan. Tiene poco de común con los otros tres llamados sinópticos y sin dependencia literaria alguna. Eso sí, alude a las muchas señales realizadas por Jesús que en sus frecuentes disputas con los judíos y en sus discursos, se aprovecha de sus muchos milagros a modo de explicación para reafirmarse como el Mesías esperado y salvador. Multiplicación de los panes: Él era el pan de Vida. La curación del ciego de nacimiento: le valió para declararse la Luz del mundo. La resurrección de Lázaro, en fin, para declarar que Él era la resurrección y la vida. Y no me canso de leer ese prólogo del evangelio de San Juan que lleva a los orígenes eternos del Verbo que es Jesús, de quien después será su discípulo amado. Juan el Bautista de adelantado para dar testimonio de la Luz (de Cristo). El último versículo es rotundo y grandioso. «A Dios nadie le vio jamás. Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Ése nos lo ha dado a conocer».
Esperemos que en Semana Santa, la naturaleza sea leve en sus acciones. La primavera se retrasa, así que llueva y mucho en las cabeceras de las cuencas para que se llenen los pantanos pero que libre a las calles Ramón Gallud y Juan Mateo, con el fin de que nuestras cofradías puedan hacernos recordar lo que sucedió hace poco más de dos mil años por aquellas tierras de Palestina.
Es valiente nuestro Papa Francisco. Se está preparando ya el Sínodo de octubre del presente año. Trescientos jóvenes de todo el mundo han llegado a Roma para debatir y hablar durante una semana, sin vergüenza y sin tapujos… de cosas. Sin reparos. Una nigeriana liberada de una red de prostitución, en la que eran católicos la mayoría de los «clientes». El Papa: que efectivamente esa prostitución es una «lacra» que se ve también en las calles y carreteras de Roma, yo diría que en todo el mundo sucede. «Que eso no es hacer el amor… que eso es torturar a una mujer». Pidió perdón por esos católicos aludidos. Una religiosa joven, china por más señas, a la que a veces obligan a adoptar roles como de hermanas de edad madura, por lo que llegan a esa edad precisamente con una sicología veinteañera. Y el Papa va y dice «que no hay que proteger tanto a las vocaciones jóvenes; y a los padres que no protejan en exceso a los hijos, pues ni maduran ni crecen y que la vocación no debe estar aherrojada…». Valiente sí, el Papa, que a todo contesta.
Hasta la próxima vez, queridos lectores/as, que sí hablaremos del Gobierno. De uno que está y de otro que se le espera aunque no haga falta.
JortizrochE
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