El desengaño de la amistad (2)

Sería más de medianoche cuando el ratoncillo oyó estrépito y ruido fuera y, como las «cotillas», se asomó a la mirilla del silo. Vio con horror que la trampa había saltado atrapando por la cola a una víbora, que se debatía ferozmente para soltarse. Al ruido acudieron el granjero y su esposa, exclamando ella: «¡Ya lo tenemos; ahora va a saber ese ratón ladino quién soy yo!». Agarró a la víbora, que le picó y tuvieron que ir a escape al médico, que le aplicó el antídoto, pero, viendo que la picadura tenía mala pinta, le dijo al marido que la ciencia habia actuado: ahora todo quedaba en manos de la Providencia, que le hiciera un caldo sustancioso, para reponer fuerzas. Nada más regresar a la granja, agarró el hombre a la gallina por el cogote, la mató y guisó. A pesar de todos los cuidados, a los 3 días y con fiebre muy alta, toda amoratada y abotargada, murió la mujer. Acudieron los vecinos a dar el pésame al viudo, que mató el cordero para darles de comer, como era costumbre allí. El problema gordo se presentó con el entierro, que era muy caro y él no tenia dinero, así que llevó a la vaca al matadero para subsanar tanto gasto. En resumidas cuentas, que el único que quedó vivo fue el pequeño ratoncillo, que vio desfilar los cadáveres de todos por delante de su mirilla, y, como era tan inteligente, se acordó de una máxima de Confucio: «¡Siéntate en el umbral de tu puerta y verás pasar el cadáver de tu enemigo!». Conozco el caso de una vecina, que aparte de P… es ninfómana y, mira por dónde, se lió con un CHULOP… gigoló, al que mantenía. A la hora de practicar sexo, a cualquier hora del día o la noche, sin respetar horario nocturno o siesta, él empezaba a decir «¡SÍ!», así como 30 veces, pero a pleno pulmón y ella a aullar como una zorra en celo, tanto es así que, acosada, criticada, fotografiados los 2 cuando salían de casa de ella y los críos grabando con los móviles todo el trasiego «puteril», ha vendido la casa, con gran descanso del barrio, que ahora están en la gloria. Compadezco a sus nuevos vecinos, porque hasta de los hoteles los echaban por escandalosos e impúdicos. «Manuel no te arrimes a cierta parte, que te vas a llenar la boca de vello púbico».

Kartaojal

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