La Mano Negra (1)

El pobre pescador. Quiero rendir tributo a mis sobrinas y todas esas niñas que vivieron extasiadas con mis cuentos, que a su vez me relataba mi abuelo, Francisco. Había una vez un pescador tan pobre que, viendo cómo su mujer y su único hijo, Juanillo, cada día estaban más delgados, y, de seguir asi, morirían de hambre, decidió quitarse la vida. Para ello, se fue a la orilla del río y, llorando, pedía ayuda a Dios. De pronto, emergió una mano negra, que le dijo: «¡Hombre de poca fe, que quieres quitarte ese don divino de la vida! ¿Te has parado a pensar qué será de tu familia si faltas?!». Agachó la cabeza el hombre, pero la mano exclamó: «Si mañana me traes a quien salga a recibirte hoy al llegar a tu casa, cambiaré tu destino para siempre». El pescador pensó en su perrillo, al que tanto quería, pero lo podía sustituir por otro. El chasco se lo llevó cuando apareció Juanillo, que, a escondidas de su padre, la madre le enseñó a andar. Imaginaos el dolor de ese padre, que tenía que renunciar a su único hijo, pero recapacitó y, antes de verlo muerto de inanición, prefería que aquella mano misteriosa y habladora lo cuidara. Mucho lloró el matrimonio aquella aciaga noche, y desgarradora fue la despedida de la madre a aquel trocito de su alma. Llega el pescador al sitio del día anterior y surge la Mano Negra, que le dice: «La renuncia y el dolor que os causa la separación de vuestro hijo será recompensada. Te prometo que antes de que ninguno de vosotros muráis, podréis verlo cargado de honores, fama y riquezas». Agarró al niño y se sumergió con él en el agua y, como ella era mágica, lo llevó a su palacio, viendo que Juanillo respiraba como si estuviera en la tierra. Desde el primer día, todos los caprichos del niño eran satisfechos por la Mano Negra, que, además de toda clase de juguetes, las más apetitosas comidas, también le enseñó a leer y escribir y a hablar todos los idiomas del mundo. La Mano Negra era su esclava y su sirvienta. Continuará…

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