¡Dios te dé tino, Moscardó!

Cuenta la historia sin mayúsculas, esa historia cotidiana y verdadera que huye del papel couché municipal, que en el siglo pasado estaba un grupo de obreros en la tarea de construir un aljibe en la casa de Moscardó. Cuando se acercaba la finalización de la obra, el señor Moscardó pidió supervisar el aljibe para detectar posibles fallos en el mismo. Al instante se pone en marcha el operativo para bajar al dueño al fondo del pozo. No tardó mucho Moscardó en notar, demudado, que la cosa no iba del todo bien, pues del otro lado de la garrucha, vio fugazmente por el rabillo del ojo, cómo los obreros resoplaban como atletas mal entrenados al límite del esfuerzo.
Lo que no que no alcanzó a ver fue cómo, incapaces de soportar el peso del dueño de la casa y del aljibe, los obreros cedieron impotentes soltando la cuerda y, con ella, al señor Moscardó, al tiempo que uno de ellos gritaba y le advertía con milenaria sabiduría: ¡Dios te dé tino, Moscardó!
Cabe decir, en defensa de los trabajadores, conciencia de clase obliga, que el señor Moscardó andaba algo sobrado de kilos y que una dieta reductora no le habría venido mal antes de enfrentarse a los peligros del aljibe.
Afortunadamente, la cosa quedó en un susto y el señor Moscardó emergió del pozo, asustado, sí, blanco como un cadáver, también, pero sin daños de consideración y con el premio de entrar de lleno en el acervo popular torrevejense. Aplicándose desde entonces por los propios del lugar, o sea nosotros, en las más variopintas ocasiones en las que la vida coloca a alguien en la tesitura del: no hay vuelta atrás. Esto es lo que hay.
¿Que por qué cuento ésto? Pues porque he pasado tres días enfrascado en la lectura de “Contra viento y marea” y conspirando en la ficción junto a Frank Underwood. O sea, entre la sabiduría de Manolo Pamies y la autopsia feroz de los entresijos del Poder de la serie «House of cards». La combinación la recomiendo encarecidamente, tan refrescante como un zumo tropical, tan peligrosa como un Manhattan bebido a tragos largos.
Tras la Revolución Francesa, pisotear la dignidad de los de a ras de calle suele acabar muy mal. Algún consejo sobre eso podrían darnos Luis XVI y María Antonieta. En la mala praxis política, lo primero que sucumbe, como el canario roller en las antigüas minas de carbón, en el irrespirable grisú de las ambiciones desmedidas, en el que sólo puede quedar uno de las y los fontaneros de postgrado, lo primero que sucumbe, decía, es el sentido común. Que, ¡oh sorpresa!, existe.
Y éste es de obligado cumplimiento si queremos ganar el futuro. ¡Dios te dé tino, Torrevieja!

1 comentario

  1. «Tras la Revolución Francesa, pisotear la dignidad de los de a ras de calle suele acabar muy mal. Algún consejo sobre eso podrían darnos Luis XVI y María Antonieta».

    Mira, machote cómo pisotea tu partida la dignidad de los de a ras de calle:

    El Mundo 09.07.2018
    «La tarjeta black del jefe de la fundación de la Junta para formar a parados se usó quince veces en apenas unas horas en el club de alterne Don Angelo de Sevilla, en concreto entre las 20.57 horas del 22 de marzo de 2010 y las 2.43 horas del día siguiente. Se hicieron cargos de entre 310 y 1.490 euros en una juerga monumental que acabó costando 14.737 euros y que se costeó en ese momento con los fondos públicos con los que se financiaba la Fundación Fondo Andaluz de Formación y Empleo, la Faffe, una entidad hoy disuelta pero que funcionó como una auténtica agencia de colocación para familiares y militantes del PSOE andaluz y cuya gestión investiga el Juzgado de Instrucción 6 de Sevilla.Los números de aquella juerga vienen reflejados en la documentación que hace sólo unas semanas ha enviado la Junta de Andalucía al juzgado después de reiteradas peticiones de la juez María Núñez Bolaños a instancias de los investigadores de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil. Los extractos bancarios evidencian el uso irregular del dinero público que manejaba la Faffe -que llegó a gestionar hasta 300 millones- y cómo su máximo responsable hacía un uso discrecional de las tarjetas de crédito que tenía a su disposición».

    Ahora vas y lo cascas.

    El maestro ciruela no sabía leer y puso escuela.

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