Universidades

Ha pasado ya el verano oficial y que nada tiene que ver con el meteorológico. Seguimos con bochornos y gotas frías alternándose en nuestra región. Pero, como manifiestan los entendidos, Torrevieja tiene en su suelo su paraguas en forma de laguna de sal que nos hace todo más llevadero. Por cierto, reseño calificándola de exitosa la idea de abrir sus instalaciones salineras al público como reclamo divulgativo y, por supuesto, turístico. Sin embargo, en la tierra de Trump, éste, ¡adalid en la lucha preventiva sobre el cambio climático!, contempla tragedias y desastres sin cuento y continúa impávido por la vida, eso sí, castigando con aranceles millonarios contra quien se asome por allí en competencia con lo suyo. Pero bueno, a lo que vamos. Pasa el verano oficial y el gigante educativo de nuestra España se ha puesto en marcha. Niños/as, adolescentes y mayores (¿adolescentas y mayoras?) ya están colocados en sus sitios respectivos para nutrirse de un bagaje cultural que les ayude en su próxima travesía en el inmenso mar de la vida que les espera. Aunque desgraciadamente haya habido considerables recortes (¿les suena?) en muchas disciplinas de Humanidades. ¡No perdáis el tiempo chicas/os! Que, aunque no lo creáis, tendrá importancia el saber, entre otras muchas cosas que os enseñan, por dónde desemboca el Guadalquivir, dónde está el cabo Finisterre y lo que significa y por qué se llaman Seo algunas catedrales de Aragón y Cataluña, amén de la Historia con mayúscula; lo que hicieron Alfonso X el Sabio, Magallanes y Elcano, quiénes fueron Sócrates y Séneca, Diocleciano, Calígula… y, por qué no decirlo, algunas parábolas de Jesús.
¡Ah, se me olvidaba el «universo universitario» de nuestra España, en estos instantes tan de moda! No voy a aludir a nadie, a ninguna ni ninguno. Porque en ese perjudicial oscurantismo que lo rodea, para mí tiene menor importancia la actitud de aquel que algo solicita, que la disposición de un «ente autónomo» y omnímodo y con poder, por si fuera poco, para otorgárselo. Másteres, doctorados, doctorandos y demás instrumentos del saber interpretados por unos y otros como instrumentos espurios en busca de sillones, prebendas y, por tanto, de poder. Ahora me doy cuenta de por qué en el ranking mundial por calidad y excelencia de las universidades, no tenemos ninguna dentro de las cien primeras. Algo patético, porque nuestro fabuloso y antiguo idioma no se lo merece, ya que es el segundo más hablado en Occidente. Y en ese mundo cerrado con tantos claroscuros campa un corporativismo nefasto y que aboca muchas veces al fracaso de su fin primordial de ser fuente del saber. Saber por saber nada más, al principio, que luego, ordenadamente y en conciencia, lo pondrá el individuo sin trampa ni cartón a su servicio para lograr sus intereses legítimos en la vida. Hoy han estado o están reunidos los rectores (¿políticos nombrados por políticos?), con el hasta ahora oculto ministro de Universidades, de profesión astronauta. ¡Pues anda que no tenía faena desde el primer instante de su nombramiento! Y el pobre sin saberlo.
Tengo encima de la mesa el artículo publicado en «El Mundo» del pasado sábado día 15, que me confirma mis sospechas sobre culpabilidades. Su autor es el catedrático Sosa Wagner, que ha pasado por la política (habrá aprendido mucho), siendo hasta eurodiputado por España. Lo recomiendo a mis lectores/as que tengan curiosidad. No me he atrevido a poner párrafo alguno entrecomillado o sin entrecomillar, porque he sido sólo un lector ávido de saber cosas que no sabía.

JortizrochE

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