La Mano Negra (9)

Vuelven a ser pobres

…viéndose obligados a despedir a los criados, vender carruajes, ganado y, cada vez que realizaban una de estas cosas, el castillo iba menguando, hasta quedar reducido a la vieja casita de pescadores que tenían al principio de esta narración. Lo único que quedó del antiguo esplendor fue aquella habitación debajo de la casa, llena de orzas de oro a rebosar. De vez en cuando sacaban una para comprar comida. La madre quiso que operaran al marido de la vista, pero el médico dijo que él no se la podía hacer, aparte de que valía un dineral y no daba garantía de sanación. Los días iban pasando de uno en uno y el viejo pescador decía: «¡Bien que me engañó la Mano Negra, diciéndome que veríamos a nuestro hijo cargado de honores y siendo el hombre más importante, pero veo (bueno, no veo) que moriré sin saber de él!». «¡¡¡Padre, madre; soy Juanillo, vuestro hijo!!!», les pareció oír, pero, sin duda, sería el susurro del viento, porque sobre el firmamento volaba un ave de gran tamaño. La madre exclamó: «Vamos dentro, que viene hacia nosotros». Se encerraron en la casita, echando llaves y cerrojos. Al ratito suena la aldaba: «¡Abrid!», dijo la voz de un hombre desconocido para ellos, que preguntaron: «¿Quién sois?». «¿No me conocéis? ¡Soy vuestro hijo!». Vamos a dejar aquí a esta humilde familia y volvamos al castillo de la Ilusión, donde modistos, estilistas, decoradores y toda clase de obreros trabajaban para los fastos de la boda. Amorosa vivía como en una nube esperando el regreso de su amado…

Continuará…

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