Verano e invierno casi seguidos y primaveras cortas. El tiempo meteorológico también se ha transmutado en dual. Frío y calor extremos (de las cuatro estaciones no nos queda nada más que la sublime composición musical del veneciano Vivaldi, entre tantas que dejó para la posteridad). Veranos sofocantes e infernales con sus incendios y catástrofes, e inviernos de frío casi polar que destrozan y asustan con sus excesos, por tierra y mar. Inundaciones espectaculares y mares turbulentos. Del calor al frío sin transición. Concepto importante del pensamiento, el discurso, y del estado de las cosas también; cuando más o menos rápidamente, lo que es, ya no es lo que era. Nuestra región se vio ayer azotada por una borrasca descomunal con vientos y lluvias de consideración. Por lo que a nosotros toca, seguimos sin entender cómo mi misma casa ha podido sufrir un pequeño ramalazo, pues al levantarnos nos hemos visto sorprendidos al tener agua de lluvia en el salón estando los ventanales cerrados.
Nuestra capacidad de asombro se hace mayor, aunque la cotidianidad de las escenas que vemos por la tele nos hagan, ¡ay!, cada vez más insensibles. Comprendo que soy algo maniático, cuando creo sobre lo que ha venido en llamarse cambio climático y que lo está dejando todo patas arriba. Los científicos alertan de la influencia negativa que tiene en el asunto el comportamiento de la industria y, ojo, el progreso ilimitado, recomendando correcciones severas que detengan sus efectos. Pero los grandes hombres del mundo, los del poder de decisión que se sientan en mesas redondas, no están por la labor.
Hasta el más conspicuo de ellos, el de las barras y estrellas, se ha borrado de casi todos los foros internacionales que intentan concordia, apaciguamiento y solidaridad. Dice que «eso del cambio climático es un cuento chino» y tiene a su estado de California casi devastado y, en estos momentos, con más de mil personas desaparecidas. Con su pan se lo coman. Aunque sé que no lo va a leer, le envío al sr. Trump una estrofa del poema (de Olaizola) que leímos la otra noche en la hora de oración y que dice… «¿Cómo encarnar, sin sucumbir al miedo, verbos difíciles que hablan de renuncia, de sacrificio, de entrega?” Porque el sr. Trump no se junta con nadie -como dicen los pequeños en el recreo del cole-, sólo habla con los poderosos y no con aquellos que necesitan un poco, o mucho, de comprensión y de cariño.
Y ya termino. El domingo disfruté de mis nietos. Vinieron a comer y se emplearon a fondo en su dulce y entrañable tabarra. Pero me dieron un par de momentos inolvidables, de ésos que a veces nos dan los nietos a todos los abuelos. Se quedó dormido el pequeño de tres años en el sofá, agotado como siempre. Y a lo largo de su pequeña siesta, sus dos hermanos mayores pasaron por el sitio un par de veces. No se pusieron de acuerdo, no, pero los dos, después de quedarse unos momentos quietos, mirándolo, con el candor y la ternura de los niños, le pasaron las manos por su cara dormida… acariciándole. ¿Será así por y para siempre? Porque es hermoso, ¿verdad?
JortizrochE
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