Nuevas normas, viejos pecados

En la pasada Procesión del Encuentro, fui uno más de los costaleros que portaban la imagen de nuestra Purísima. Junto a mí, de la mano, me acompañó mi hija María Teresa, como otras veces. En el trayecto de la calle Azorín, se acercó a nosotros el vicario de la parroquia de la Inmaculada, don Pedro Payá, y, cogiendo el brazo de mi hija, le dijo que allí no podía estar, a lo que nos opusimos, tanto ella, como mi mujer y yo.
Como punto informativo, confirmar que mi hija forma parte del grupo de costaleras de la Purísima desde que se formó.
Este año se ha implantado una nueva norma, por la cual es obligatorio acudir a dos ensayos de los tres que se realizan. Mi hija María Teresa trabaja y reside en Madrid, y, ante la imposibilidad de asistir, así lo hizo saber, confirmando la asistencia a un ensayo al pedir permiso a su empresa. Una vez en el ensayo, se le negó poder llevar el trono en la procesión.
Llevo muchos años como costalero. Todos nosotros tenemos un código de honor no escrito en el que priman los sentimientos y el corazón por encima de las normas. Por otro lado, en todos los ámbitos de la sociedad (escuelas, empresas, cofradías, etc.), existen y se respetan las faltas justificadas…
Retomando el comienzo de este escrito, cuando escuché las palabras del vicario, en un instante me vinieron a la mente varias formas de actuar:
-Apartar a mi hija, pero de ninguna manera un padre se separa de sus hijos.
-Otra opción era dejar el trono los dos.
Es inimaginable que un sacerdote intente separar a una hija, que lo está pasando mal, de su padre.
Llevo como costalero de la Purísima casi cincuenta años, y lo seguiré siendo, siempre con mi hija y con mi Madre la Purísima.

Bernardo Mínguez Parodi

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