Alonso de Contreras fue un magnífico militar español y conflictivo ciudadano en tiempos de los Austrias. Autor del Discurso de mi Vida, deliciosa obra autobiográfica que sorprenderá al lector por su contenido y frescura, desparpajo y gracia del relato, Alonso se desempeñó como corsario, eremita, Caballero de Malta, amigo de Lope de Vega y mucho más.
Cuando la erupción del Vesubio en 1631 Contreras se hallaba de guarnición en la ciudad de Nola, al frente de una compañía de Infantería española. A riesgo de que se le amotinasen sus hombres permaneció en la ciudad ayudando a los pobres desdichados que en ella quedaban. Enterado el Virrey de Nápoles, le mandó salir y establecerse en lugar seguro, en Casales de Capúa.
Cuenta el Capitán en su Discurso:
“En estos casales hay una usanza lo más perniciosa para los pobres, y es que los ricos que pueden alojar ordenan de primeras órdenes a un hijo y a éste le hacen donación de toda la hacienda, con que no pueden alojar, y el arzobispo los defiende porque le sustentan. Yo di cuenta al obispo de esta bellaquería, y respondióme que aquello era justo. Yo me indigné y saqué los soldados de casa de los pobres y llevélos en casa de estos ricos, y preguntaba yo: «¿Cuál es el aposento del ordenado?». Decían: «Éste». Yo decía: «Guárdese como el día del domingo. Y estotros, ¿quién duerme en ellos?». «Señor, el padre, la madre, las hermanas y hermanos», y en éstos alojaba a tres y a cuatro soldados. Quejáronse al arzobispo, y él envióme a decir que mirase que estaba descomulgado. Yo reíme de aquello. Y uno de estos clérigos salvajes, que así los llaman en este reino, porque no tienen más de las primeras órdenes y son casados muchos, púsose en una yegua para ir a quejarse al arzobispo, y un soldado diole una sofrenada diciendo que se aguardase hasta que me lo dijeran a mí. La yegua no sabía de freno más que el dueño latín, con lo cual se empinó y dio con él en el suelo, que no se hizo provecho. Con todo su mal fue a quejarse, con que el obispo me envió a decir que estaba descomulgado por el capítulo quisquis pariente del diablo. Yo le respondí que mirase lo que hacía, que yo no entendía el capítulo quisquis, ni era pariente del diablo, ni en mi generación le había, que mirase que si me resolvía a estar descomulgado, que no estaba nadie seguro de mí sino en la quinta esfera, que para eso me había dado Dios diez dedos en las dos manos y ciento y cincuenta españoles. Él tomó mi carta y no me respondió más de que les envió a decir a los de los casales que hiciesen diligencia con el virrey para que me sacasen de allí, que él haría lo mismo, porque no hallaba otro remedio. Hiciéronla apretada, pero en el ínter me lo pagaron los ricos, sin que padeciese ningún pobre, que no fue tan poco que no duró más de cuarenta días”.
Ya se ve que al Capitán Contreras le encajaba aquello de que con hombres íntegros pueden quizá ganarse batallas, pero no gobernar reinos.
Alonso no se andaba con bromas ante la injusticia. Justo y, sobre ello, compasivo con los pobres y los más vulnerables.
La justicia fue para él una exigencia. Se lo dejó muy claro a aquel obispo que, favoreciendo a las familias ricas, pretendía cargar sobre los pobres la losa del alojamiento de los soldados.
La justicia es menos que la caridad, pero es antes que ella. Justicia es dar o no quitar lo que corresponde. Caridad es amor fraternal que socorre. Se puede ser justo sin ser caritativo, pero no a la inversa. Aquel obispo no era justo, así que tampoco podía ser caritativo. Un mal ejemplo para su rebaño.
Las personas ordenadas tienen una enorme responsabilidad. Debieran tener la justicia por guía. Otra cosa causa desazón.
Francisco Javier Mínguez Parodi
Dejar una contestacion