Cuando los niños comienzan a tener uso de razón, cuando comienzan a comprender y jugar con sus amigos, son felices y están casi siempre contentos, siempre sonrientes y placenteros, sus padres y la familia lo apoya, pero, ¿qué ocurre cuando la tortilla se vuelve y la situación cambia, cuando algo ocurre, y casi nadie se percata de que un niño, un hijo, un nieto sufre en silencio, alguien se burla de él, alguien lo intimida, alguien lo persigue, se ríen de él, lo discriminan, lo apodan, hasta que ese niño se refugia, no quiere decírselo a sus padres porque piensa muy poco de él?
Un día, ese niño, con aproximadamente ocho años, decide decirle a sus padres que le compren un violín. El niño quiere aprender a tocar el violín, quiere refugirse, quiere esconderse de los abusadores, de los intimidadores, aprendiendo a tocar el violín, que le sacaría también de la tremenda tristeza de padecer leucemia, cáncer de leucemia, desde que era muy pequeñito.
Un día, sintiéndose fabulosamente fuerte y feliz, y confiado en sus cualidades como violinista -ya había olvidado sus intimidaciones y discriminaciones-, sus padres y su familia estaban felices con su progreso y dedicación, decide decirle a sus padres que quería participar en un programa de televisión para talentos, y cuál no sería la sorpresa de que Tyler, ése era su nombre, tocó el violín con tanta alegría y pasión que convenció increíblemente al público asistente en América.
Hoy por hoy, aunque Tyler está en remisión, muchísima gente lo ama, ama su talento y creemos sobrevivirá su leucemia porque es un niño muy feliz, muy gracioso y con una familia que lo adora.
José Antonio Rivero Santana
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