La Navidad entre el derroche, el esplendor, el dolor y la miseria

En este extraño 2019, donde todo anda revolucionado, hasta el cambio climático cierto, llegó la Navidad, con su mensaje de amor y paz para todos los seres humanos. Aunque no a todos les llega así.
Este tiempo navideño, con su mágico halo, envuelve sólo a una parte de gente que la recibe con alegría y la celebra con derroches extraordinarios, y la liturgia sagrada del momento. Pero una mayoría no la disfruta ni sabe de ella; ni de belenes, árboles navideños, Reyes Magos, compras, regalos, dulces y toda esa parafernalia que viste esta entrañable fiesta alrededor del calor de un hogar, una familia; y ésos, tristemente, son los hijos del infortunio, los nadie. Los desheredados de todo. Hasta de la vida a la que tienen derecho, y les es negada. Y están en todas partes del mundo, presentes. Con las necesidades esenciales como las nuestras para vivir, pero no las tienen. Y ni se les ve, ni se les oye, ni se les escucha, pero no son invisibles, están ahí, con sus hatos de miseria y desamparo. Los indigentes molestan a la vista y son echados de las puertas de comercios y supermercados como apestosos, y duermen donde les dejan: en la calle a la intemperie, en el duro suelo de las aceras, entre cartones, algunos con mantas. Con viento, frío, lluvia, nieve, ni calor humano, siempre a la espera de que les den unas monedas o algo de comida.
Todo ese terrible contraste de la abundancia de unos, frente a esos otros seres indefensos, sin nada, que sufren calamidades, y a veces son quemados, asesinados, apaleados… Es la muestra de esta inhumana, mísera e hipócrita sociedad «democrática», de «derechos sólo para unos». Para otros, la indiferencia y la desnudez de sus vidas, privadas de todo. Mientras, millones de euros para alumbrar calles, plazas… Competiciones de árboles navideños en las capitales para presumir del mejor árbol de adornos y luces, y bajo el duro frío invernal, los indigentes, con familia, niños y mayores, y sin alimentos, duermen al raso, pues albergues hay pocos, y, aparte, deficientes. Aunque hay gente caritativa que les da mantas y cosas calientes para pasar las noches.
En estos días, la Navidad, escandalosamente, luce esplendorosa para estas élites del poder que, cínicamente, miran ahora a los necesitados. Y, desde los medios audiovisuales, de cara a una galería ficticia, hacen espacios musicales y concursos con celebridades y artistas, como reclamo para recoger dinero. Desde «bolígrafos solidarios» hasta «un juguete, una ilusión», y regalos en este tiempo, para los ancianos, siempre olvidados, de las residencias de «ahí te quedas»; más comercios y supermercados que hacen estos días «caja» para que personas caritativas de a pie contribuyan comprando comida imperecedera. De pena. Pues, tras pasar la Navidad, todo vuelve a su sitio. Y abocan, de nuevo, sin un atisbo de humanidad ni conciencia a los pobres. Los nadie. Otro drama sangrante. Los que también nadie quiere. Los refugiados de guerras intestinas de Oriente medio. Los inmigrantes africanos huyendo de las hambrunas y guerras tribales, buscando la insensible Europa, y miles de ellos sólo encuentran en el fondo del Mediterráneo tumbas para dormir su mísera vida, que se les niega, y a la que tienen derecho como todo ser humano.
La Navidad, por desgracia, no trae la paz, la concordia ni el amor entre todos los seres humanos, y este escrito es una acusación a esta sociedad vacía, sin alma, conciencia ni humanidad.

Josefina García

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