Jazmín florecido (1)

El barco que iba a Centroamérica, no se sabe por qué, derivó, yendo a encallar en las playas del Sultanato. Acudieron muchas personas, al ver algo tan insólito en aquellos tiempos. El mismo Sultán, rodeado de su corte, los recibió en los suntuosos salones del palacio. Allí ocurrió algo inusual para el personal español: el Sultán, al ver la belleza de Juanita Torres, se enamoró de ella a primera vista y ofreció tal cantidad de oro y piedras preciosas por ella, que el capitán, luego de estar allí varios días viviendo a cuerpo de rey, partió con la tripulación hacia el rumbo prefijado, guiándose, de día, por el sol, y de noche, por el Lucero del Alba. Juanita empezó una vida que ni en sueños se pudo imaginar: aprendió a hablar el idioma y era agasajada con lo más exquisito, siendo todos sus caprichos cumplidos, cuando por las noches bailaba aquellos ritmos tan españoles: el pasodoble, seguidillas, serranas, bulerías y todo el folklore andaluz, que hacía que al Sultán se le cayera la baba, de complacencia. Como dice el refrán: «¡Qué poco dura la alegría en casa del pobre». Así fue que la Sultana sintió unos celos enfermizos hacia aquella graciosa chiquilla. Una noche en que su esposo estaba hasta la coronilla de hachís, bebidas alcohólicas y aromas embriagadores, mandó al jefe de los eunucos a que echaran a la «españolita» al aljibe y cerraran la tapa, para que pereciera allí, pero no contó ella con que en todos los sitios siempre hay un «chivato». Por ello, Jazmín Florecido fue ocultada y nadie dio con ella por mucho que…

CONTINUARÁ

Kartaojal

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