Rodolfo Carmona
Concejal del Grupo Municipal Socialista
El reciente incendio de estos últimos días (hubo otro en el año 2012) en la denominada Caracola de Toyo Ito, conocida también de manera coloquial como el “zurullo”, en estado ruinoso desde hace mucho tiempo, el primero y el último de los tres edificios proyectados en el diseño del Parque de la Relajación del prestigioso arquitecto japonés Toyo Ito, es el penúltimo epílogo de una iniciativa que nació como la madre de todos los proyectos turísticos. La great idea que convertiría a la ciudad de la sal en el gran balneario de lodos de sales de Europa: como el Mar Muerto, pero más a mano.
Según palabras del por aquel entonces secretario autonómico de Turismo Matías Pérez Such en la ceremonia de colocación de la primera piedra, iba a ser “la imagen de Torrevieja en el mundo”. Un cuento de hadas perfecto que lo cambiaría todo y situaría a Torrevieja como un destino vacacional a la altura de los más grandes. Pero el porvenir es caprichoso y el hombre propone y los dioses juegan al despiste de manera azarosa con las pretensiones humanas. Un cuento de hadas que ha terminado convertido en el paradigma de la mala gestión política, como la metáfora del pelotazo urbanístico que acaba como el rosario de la aurora, como el prototipo de la arquitectura del despilfarro que finaliza en la ruina literal de la posmodernidad que venía a cambiarlo todo, a redefinir el futuro de Torrevieja y se tornó en una inmensa tomadura de pelo colectiva.
Una tomadura de pelo que trató de justificar su fracaso con la llegada de la crisis económica, pero era algo más profundo. Se trataba del fracaso de la política faraónica, de una forma de hacer que se saltaba permanentemente la realidad social, administrativa y legal con tal de conseguir sus fines; una forma de hacer no siempre clara y a menudo con dobleces y a la espera de beneficios que caracterizó lamentablemente la política local y autonómica en la décadas oscuras.
En términos turísticos no puede calificarse como una idea descabellada (estuvo subvencionada a partes iguales por la administración local, autonómica y estatal) y arquitectónicamente el proyecto tenía indudables aciertos estéticos y se enmarcaba dentro de una acción mayor entre las que se encontraba, como parte del trasfondo para entender lo sucedido, el interés inmobiliario de una promotora que buscaba urbanizar una de las escasísimas parcelas de uso residencial que quedaban justo enfrente del Parque de la Relajación.
Pero los responsables políticos locales, para más señas, el exalcalde Pedro Ángel Hernández Mateo cometió, a sabiendas o no del error, ofrecer como espacio para la ubicación del Parque de la Relajación una parcela protegida como parque natural y en dominio público marítimo terrestre y sin permiso de Costas. Algo que vició de inicio todo el proyecto y terminó con él tras la paralización del mismo por la administración estatal de la gestión de Costas. Luego no hubo ni ganas, ni interés, ni sabiduría para retomarlo o redefinirlo. Una vez más el Partido Popular de Torrevieja comenzó la casa por el tejado y la cosa se torció al poco de iniciarse. Un millón seiscientos mil euros y veinte años después el asunto ha acabado pasto de las llamas dejando la certeza de que el Parque de la Relajación de Toyo Ito no era más que un hermoso haikú japonés con alma de cuento chino.
Se lo cargó ZP, como el PHN.
Por cierto, lo que acabó como el rosario de la aurora (con España en la bancarrota) fue la segunda legislatura del iluminado ZP. Tú te tienes que acordar…
Una cacicada de un exalcalde olvidado
Concurro con mucho de lo que dices, Rodolfo. Pero aquello es agua pasada. Ejemplos de bacanales y despilfarros municipales los hay a cientos por toda la geografía física y política de España. Unos pusieron el «zurullo» y otros parieron el Plan E, paradigma de como tirar el dinero por el WC.
En cualquier caso, aprovecho este artículo sobre la Caracola para animar a todos los grupos políticos de esta ciudad, que quiere serlo, a que acuerden un proyecto consensuado sobre la fachada portuaria. Debería acometerse con la máxima urgencia, de manera que se adecente ese rincón de basura, estrechez y olor a pipí (a veces, a popó), embelleciendo realmente la ciudad y ordenando el tráfico voraz que contribuye a su ruina. No alcanzo a entender como ese zoco cutre puede mediatizar, por no decir impedir, que tengamos un espacio marítimo abierto, aseado, moderno, que pueda convertirse en una seña de identidad de la muy maltrecha Torrevieja.