Desde la higuera

Desde la higuera se me presentaba un panorama bucólico; la extensa vega, besada por los primeros rayos de sol: las aves, en vuelos rasantes, lanzando sus «piídos», bajando a veces para comerse una hormiga, lombriz o gusano. Por las veredas que separan una huerta de las otras, marchaba la bella comitiva de jovencitas, todas ataviadas con el clásico traje valenciano; sus rodetes, con agujas de oro o plata: en los brazos, ramilletes de flores… Jugaban, reían y la huerta se llenaba de tanta belleza, armonía y sinfonía de colores. Detrás de ese bullicio de carnes jóvenes y vírgenes, en la retaguardia, avanzaban a paso lento las madres, abuelas y madrinas. Todas iban a la Plaza Mayor, donde se erige la Mare de Deu dels Desamparats, pero ya estaban encaramados en el andamio los hombres, que harían con las flores el manto de la Virgen. De vez en cuando se oía un cohete o varios, voces, hombres bebiendo los aguardientes y licores de la terreta, y, algo separadas de aquellos zafios, unas señoras encorsetadas tomaban el chocolate caliente, en jícaras de loza; en la fuente alargada bostezaban los churros, esperando la acometida de los incisivos y caninos de las damas, que los engullían vorazmente. El «poble» rugía, lanzando sus vítores, que se agregaban al bullicio. «Venid otro año (si la pandemia lo permite) a la fiesta grande de la Comunidad Valenciana y celebrad, con sus maravillosas gentes, estos fastos anuales». Yo me bajo de la higuera, que van de pasacalle las bandas de música tocando «Paquito el Chocolatero».

Kartaojal

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