Pompeya, Olimpia, Tokio, Torrevieja y la mala educación

Rodolfo Carmona

Al calor de principios de agosto, donde la canícula aprieta con viento abrasador, como si Pompeya se hubiera instalado en Torrevieja y estuviéramos a punto de caer calcinados, como pompeyanos, bajo el peso candente de las cenizas y los gases de este sol del Vesubio, pero los flujos piroclásticos se han conformado con unas eternas noches de insomnio y un blanco y negro en Sirvent, sin que la lava llegara a la orilla del mar.
Escribo en estos cuarenta grados a la sombra, con una leve brisa venida del mismísimo averno. Escribo en el verano en que Olimpia renovó sus ofrendas a Zeus en las calles de Torrevieja al paso de los atletas torrevejenses, nacidos o vinculados a nuestro pueblo, que llevaron su traje de sal, de Purísima y blanco, bajo el cielo de Tokio, Sapporo y Fujisama. Todos mis respetos y reconocimiento para Luis Manuel Corchete, Daniel Cánovas y Ana Pérez Alonso. Este será siempre el verano en que Torrevieja cuajó los anillos olímpicos de Tokio en la laguna rosa. Vendrán otros juegos, otros sueños, en los que anhelar, nuevamente, el triunfo olímpico de uno de los nuestros en las «Olimpias» del futuro.
Pero ni las viejas Pompeya y Olimpia parecen ser capaces de frenar las ansias del Gobierno local de sangre y arena, de negar el pan y la sal al adversario político, incluso en las respuestas oficiales a las demandas vecinales presentadas ante la sede electrónica por el que esto firma. Lo que me lleva a hablarles de los Plenos municipales, donde de una manera aparentemente inocente, aunque absolutamente deliberada, el equipo de Gobierno se dedica a extender un manto de sospecha y culpabilidad de todo lo que no funciona al anterior Gobierno de coalición. Casi todos los concejales del PP echan los balones fuera de su propia incompetencia y repiten, con la retórica de Cambridge Analitics, que todo es fruto de la herencia recibida. Confirmando desgraciadamente que entienden la acción política desde la ferocidad, el desdén, la prepotencia y el ordeno y mando. Y que sus santos de cabecera en lo político tienen más que ver con Robert Mercer y Steve Bannon que con San Francisco de Asís. Su sentido de la democracia es como la mortaja dela libertad, no aceptan las reglas de juego de la acción política legítima y todo pasa a interpretarse en términos personales, nótese el tono en que responden a cada intervención, y algunos, los menos es cierto, pero los hay, que, incluso, se saltan las más elementales normas de la buena educación, y son incapaces de mostrar la mínima cortesía, negando el saludo en la calle o en algún acto oficial, mientras alzan la cabeza desafiantes o miran al horizonte como si hubieran visto algo fascinante, sin tener el más mínimo atisbo de vergüenza. La política, la verdadera política, es mostrar el respeto y la consideración debida a todos los representantes de la ciudadanía. Cuando falla eso, lo que hay detrás es pura fachada.