El respeto constituye la pieza fundamental para lo público.
Donde desaparece el respeto decae lo público
(Byung_Chul Han)
Cuando trato de manejarme en el respeto, lo primero que me ocurre es el mantenimiento de la distancia. Sin distancia no hay respeto. En la sociedad actual de la información no hay distancias, todo es próximo (aunque esté lejos), todo permanece al alcance de la punta de los dedos.
La comunicación anónima, fomentada por el medio digital, destruye masivamente el respeto. Es, en parte, responsable de la creciente cultura de la indiscreción y de la falta de respeto. Sin embargo, es por el uso de la identidad nominal por lo que quedamos expuestos y exhortados al cumplimiento del ordenamiento legislativo vigente. Rendimos, por tanto, respeto al cumplimiento de las leyes. Por el contrario, el anonimato y la ocultación de la identidad personal provoca el efecto contrario. Nombre y respeto están ligados entre ellos.
Hoy en día, ya no somos meros receptores y consumidores pasivos de informaciones. Siendo que, nos hemos convertido en emisores y productores activos de contenidos. Ya no nos basta con digerir continuamente informaciones u opiniones vertidas desde el poder, en una sola dirección: de arriba hacia abajo. La comunicación ahora tiene un sentido bidireccional. En el medio digital interactúan un emisor y un receptor. El mensaje puede circular en ambos sentidos. Por este motivo, es un tipo de comunicación que no conviene al sistema de poder establecido. Dentro del ámbito de la comunicación somos productores y consumidores al mismo tiempo, lo que incrementa considerablemente la información disponible. A la postre, el propio medio digital se llena de ruido por la ingente cantidad de contenidos que revientan los anchos de banda disponibles, pero a la vez, ofrece una mayor posibilidad de participación. Al llevar fuera las informaciones producidas por nosotros mismos asistimos a la desmediatización de la comunicación.
Gustave Le Borgne, en su “Psicología de las masas” (1895), define la Modernidad como la época de las masas. Desde su punto de vista, ese era un momento crítico en el que la sociedad se encuentra en vías de transformación. Anunciaba un futuro en el que la sociedad cuenta con un nuevo poder: “El poder de las masas”.Y así… casi sin despeinarnos, entramos verdaderamente en la era de las masas. La globalización capitalista, junto a la disposición de nuevas tecnologías de la comunicación (asequibles para la gran mayoría), hacen propicia y muy viable tan contundente aseveración. Por mi parte, me atrevo a creer que tenemos un orden tradicional de dominación en decadencia.
Por otra parte, autores más recientes como Byung-Chul Han especifican que nos encontramos en una transición motivada por la revolución digital; en donde las nuevas masas conforman el “enjambre digital”. Lo malo, es que esta organización de masa carece de alma o espíritu, por lo que no se concretiza en un NOSOTROS. No se manifiesta en una sola voz, por eso es percibida como ruido. El ciudadano electrónico es un hombre cuya identidad privada está extinguida psíquicamente por una exigencia excesiva. Pero, cuenta con un perfil digital y trabaja continuamente para optimizarlo. Tiene una identidad digital.
El “homo digitalis”, en lugar de ser un nadie en los medios de masas (que no exige nigua atención para sí), es un alguien penetrante que se expone y solicita la atención.
Las diferentes plataformas en redes y sus infinitos espacios web han ajusticiado a los sacerdotes de la comunicación de masas (periodistas famosos u oficialistas). Hacedores de informaciones y opiniones, en otro tiempo elitistas, hoy resultan anacrónicos. El medio digital liquida toda esa casta sacerdotal. La información se ensucia pero se democratiza. Hoy, cada uno quiere estar presente a la hora de compartir información. La creciente desmediatización de la información presiona a su vez al mundo de la política y a la democracia representativa. El ciudadano digital no quiere estar representado, sino que anhela estar presente, participar en la toma de decisiones que le afectan. No necesita intermediarios, debe ser un corresponsable político de aquellas cuestiones que le afectan directamente.
AV Espuch
Copiad mil veces: «La ideología izquierdista no respeta al hombre», y estaréis diciendo la verdad mil veces.