La tullida

A Isabelita la poliomielitis la dejó con una pierna inservible; por muchos cuidados que su madre tuvo con ella, las visitas a sanatorios, operaciones etc., siempre tuvo una pierna más corta que la otra, y andaba «anadeando». La gente decía «¡Pobrecita, el día que sus padres falten, ¿qué va a ser de ella?, porque casarse, desde luego, queda descartado. ¿Quién se va a casar con una tullida?». ¡Ay, amigos, como dicen los italianos, «non c’e niente di nuovo sotto il sole»! (No hay nada nuevo bajo el sol). A los 18 años, y dada su incapacidad, le dieron un trabajo en el Ayuntamiento, que podía hacerlo sentada, con buen sueldo y ayudas por su minusvalía. Ella era trabajadora, aplicada y atenta a todo el papeleo burocrático, y de simple aprendiz, empezó a subir escalas hasta llegar a ser secretaria particular del gran jefe, un joven de 35 años, director de aquella oficina, soltero, casi 2 metros de alto, moreno, elegante y guapísimo. Isabelita le mostró desde el primer día un profundo respeto y Rafael, por su parte, la trataba con suma cortesía, pidiéndolo todo por favor y dando las gracias, pero una tarde de lluvia intensa se ofreció a llevarla hasta su casa, en coche, y allí, justo en su propia puerta (como quien dice) le pidió matrimonio. Ella creía que era una broma, o por lástima, pero Rafael le dijo que desde el primer dia que la vio, sintió un profundo amor y ternura por ella, que no era lástima como insinuaba la joven, sino amor verdadero, del que dura toda la vida. A día de hoy llevan casados 35 años, tienen un hijo (Rafa, como su padre) y un nieto llamado también Rafael. Isabelita es muy feliz y cada vez que nos encontramos, tomamos algo juntas y charlamos de nuestras cosas.

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