Derby

Con apenas tres meses, apareció aquel perrillo delgado, miedoso pero muy simpático, por las proximidades del cortijo. Mi hermano Ramón, que siempre ha sido muy amante de los animales, lo tomó a su cargo. El pequeño creció, convirtiéndose en un precioso galgo, listísimo, que atendía cada orden que le diera su amo. Cuando se abría la veda, el día de San Eduardo (13 de octubre), el primero que salía de batida era el joven Derby, muy atento a espantar las piezas. En cuanto una perdiz o liebre, era abatida por los cazadores, corría el perro y, tomando en su boca a la víctima, recorría todos los puestos hasta dar con mi hermano: se sentaba frente a él para entregarle el trofeo. No consentía que nadie le arrebatara su «tesoro». Uno de esos otoños, cayó Ramón enfermo de sarampión, y Derby salió al campo. Ante el asombro de todos, cogió una gran perdiz y, con ella en las fauces, anduvo varios kilómetros hasta la cama donde yacía su amo para darle la pieza. Ese gesto le valió salir en la prensa de Antequera, para mostrar la fidelidad y el amor de un animal por su dueño. Los domingos se iba con mi hermano al cine, a la taberna o donde fuera, con tal de estar cerca de él. El golpe más grande y que dejó secuelas en la familia fue el desgraciado final de aquella noble bestia. En un cortijo próximo al nuestro (Los Gavilanes) había una perra en celo y el muy tonto de Derby se metió en el patio en busca de la hembra: allí le cogieron los cuatro mastines y lo destrozaron a bocados. Al alba llegó cojeando, con todo el cuerpo lleno de heridas, en las que faltaban trozos de carne: la piel del cuello colgaba desprendida. Se le curó con zotal rebajado; se le intento dar leche caliente, que rehusó. Fue tapado con una manta, pero a los 3 días murió, dejando mucha tristeza en nosotros.

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