Circulando con el «camionico» de la empresa de Servicio Público de Limpieza, realizando mi ruta por las calles del pueblo como cada tarde/noche y una vez que ya ha oscurecido, me detuve en un semáforo en rojo y de improviso escuché música con un volumen alto y estridente. Pensando que sería un coche u otro vehículo similar muy bien equipado con un sistema de audio, me quedé estupefacto al ver pasar a un muchacho en patinete eléctrico con un potente altavoz colgado en la espalda como una mochila. Pasó a mi lado sin detenerse y haciendo caso omiso al semáforo. Mi reacción inmediata fue sacar la cabeza por la ventanilla y gritarle:
– ¡Ehhh, chico!
Fue en vano pues ¿cómo pretendía que me oyese? Obviamente era algo complicado debido al excesivo ruido que lo envolvía. Así que continuó su camino haciendo caso omiso a mi llamada de atención. No ocurrió nada relevante, pero una vez finalizada mi jornada y desde la comodidad de mi sofá, pensando en ese momento concreto, visualicé varios escenarios:
Primer escenario:
El chico con su patinete y su ruidosa mochila musical en lugar de pasar por la derecha se aproxima por la izquierda y se detiene a mi lado respetando el semáforo.
Entonces, aprovechando la situación, llamo su atención y le pido que por favor que baje la música, que me gustaría decirle algo, a lo que el chico amablemente accede.
– Oye, está muy bien el aparato ese que llevas, suena tremendo.
– Sí, es cañero y mola cantidad. Un equipo de música estupendo.
– Genial. Ya solo te falta una luz delante y otra detrás, además de un casco. Tampoco te vendrían mal unas coderas y rodilleras, ya que estás expuesto a muchos peligros circulando por la vía pública. Y ya rizando el rizo sería recomendable que tu patinete tuviese un seguro, ya que un accidente puede provocar daños, a ti mismo y a terceros.
Él me mira con cara de póker, me da las gracias, apaga la música y cuando llega a su casa le explica a su padre nuestra pequeña conversación, y al día siguiente su progenitor equipa el patinete con luces y a su hijo le proporciona un casco, rodilleras y coderas. Acto seguido, habla con su compañía de seguros para hacerle un seguro al patinete, aconsejándole que no es prudente llevar la música tan alta.
Segundo escenario:
El chico pasa por mi derecha saltándose el semáforo en rojo, haciendo caso omiso a mi advertencia debido al gran estruendo que produce la música de su mochila. Un coche, que cruza en ese momento, no le ve, le arrolla, pierde el control y se precipita hacia la acera donde atropella a un peatón causando graves daños personales y materiales. (Omito describir aquí tan dantesca imagen y las consecuencias para todos los implicados).
Tercer escenario
Este relato le llega y le toca en el corazón a alguien con el poder suficiente para legislar la circulación con este tipo de vehículos, ya que las infracciones que observo a diario, en las calles de Torrevieja, se están «normalizando» y como ciudadano me preocupa.
Ahora lanzo una pregunta: ¿Cuál de las tres puede acercarse más a la realidad el día de mañana?
Cada uno de estos escenarios refleja un sentimiento:
– El primero de optimismo.
– El segundo de temor.
– El tercero de esperanza.
Idea original: Carlos Tenesor García.
Texto adaptado: Alfonso Rebollo y Ángel Pérez.
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