Debido a las últimas circunstancias que están teniendo lugar entre algunos miembros destacados de los principales partidos políticos españoles, a todos los niveles, hemos podido observar muy claramente las disputas y mezquindades que se dan en los interiores de los mismos.
Ha quedado suficientemente comprobado que esos interiores no son en ningún modo pacíficos, ni edificantes, que las luchas y ambiciones por el poder, normales por otra parte en cualquier comportamiento humano, predominan con mucho en el panorama habitual interno de sus miembros más relevantes.
Lo cierto es que ha quedado claramente demostrado estos días que en el funcionamiento interior de los partidos no siempre gana el mejor, sino más bien el que se ha posicionado astutamente en el sitio más oportuno, o sabe mover mejor sus «hilos» a tiempo, que no importa realmente demasiado la valía, la transparencia, ni la preparación que el candidato pueda aportar, sino más bien otros activos, quizá menos edificantes, pero, por lo que se transmite, mucho más efectivos.
Tampoco todos debemos estar preparados para militar activamente en un partido político, ya que suponemos que habrá ocasiones en las que no se esté muy de acuerdo con las decisiones adoptadas por los organos principales del mismo. También lo hemos visto en alguna que otra ocasión, y entonces hay que tragarse la opinión personal y acatar y hacer cumplir las ordenes, como es natural.
Pero también hay muchas personas que pertenecen a un partido político sólo por tradición o costumbre, sin participar ni colaborar normalmente en ninguna de sus actividades. Son los militantes de base, que se suele decir, pero de los que no se preocupan ni comprometen, sino que están ahí y que, a veces, pueden ser utilizados, sin saberlo, para los propósitos de otros miembros más expertos e informados.
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