La peonza de la Tierra

El 10 de septiembre de 2008 se puso en marcha el LHC (Gran Colisionador de Hadrones), en la frontera francosuiza. Se trata de un artificio que lleva construyéndose 20 años y que, salvo los 10.000 científicos de 80 países y algunas autoridades en el lugar de la ubicación, saben: el resto de la Humanidad estamos a oscuras. En su afán de ser como Dios, el hombre siempre ha intentado el «más difícil todavía». Ya empezó el descalabro con la Torre de Babel, Titanic, Concord y miles de inventos que, a la corta o a la larga, fracasaron. ¿Qué pasará ahora que tratan de reproducir el Big – Bang; la explosión que dio origen al Universo, hace 15.000.000 de años? El invento ha costado la friolera de seis millones de euros. Se trata de lanzar dos haces de protones (partículas subatómicas: hermanas mayores de las terribles bombas atómicas), cada una en dirección contraria para, en un momento dado, chocar. No quisiera ser pesimista, pero el dichoso invento me da «yuyu». Si la anterior desintegró el Universo, ésta, en menor escala y a pesar de sus 100 m. bajo tierra, sería catastrófica. ¿Qué pasa cuando se desatan las fuerzas centrífugas incontrolables? Un ciclón, tifón, huracán u otro fenómeno atmosférico arrasa ciudades enteras, arrastrando con su fuerza coches, casas, árboles sacados de raíz… Incluso la fuerza de un rayo puede resquebrajar un rascacielos. Ese choque entre protones, ¿quién nos dice que no parta en trozos la Tierra, haciendo cauce arrasando con todo? La verdad es que, desde que se dio la noticia, la gente tenemos «canguelo». Ahora ha tenido un fallo y han esperar dos meses para que se enfríe. Si sale bien, es un gran paso para la Ciencia, pero si fracasa, ¿quién quedará para decir «Ves que yo tenía razón»? Ante tal perspectiva lo mejor sería exclamar: «¡¡Hasta luego, Lucas!!».