Todos sabemos las sospechas que albergan los premios literarios. En más de una ocasión, y con premios de importancia, se ha oído el típico sonsonete de «está dado». Uno cree en la posibilidad de que sea así por la opacidad que envuelve a los jurados de esos premios, que actúan sin tener delante a los concursantes. No debería ocurrir así en premios como el que se llevó a cabo el pasado domingo 14 de noviembre en el Palacio de la Música de Torrevieja: el denominado con el rimbombante título de IV Certamen Nacional de Rapsodas «Ciudad de Torrevieja», organizado (por decir algo) por la Asociación Cartolama, de Blanca Santander. Sin embargo, cuando uno asiste al premio, porque le gusta la poesía y la declamación de la misma, se da cuenta de que las sospechas que posee de los premios literarios también han alcanzado a un premio como éste, a pesar de que se desarrolle en directo y se tenga cara a cara a los concursantes. Les explico por qué digo esto. En las bases del concurso se deja bien claro que los participantes deben declamar los poemas de memoria, teniendo el texto en el atril como apoyo únicamente. Se supone que el jurado debía conocer este punto, pero parece que los tres componentes del mismo (Mª Carmen Montesinos, coordinadora de la Oficina Amics, Raúl Ferrández, director de la Escuela de Teatro, y Fernando Guardiola Molina, director de la Gaceta Cultural «Objetivo Torrevieja») se saltaron este punto a la torera. Así, sólo una de las participantes declamó tal como se exigía en las bases, mientras que el resto, en algún momento, unos más, otros menos, miraron de forma continuada el papel del texto. Caso clamoroso fue el de la concursante que alcanzó al final el segundo lugar en el concurso, que se acompañó de un manojo de papeles colocados encima de un atril a los que miró con insistencia y a los que agarraba como si fuesen su tabla de salvación. Esta misma participante, que les recuerdo, consiguió el segundo lugar dotado con 400 euros, no fue capaz de aprenderse sus textos, y, para más inri, aún leyendo, se equivocó en el poema de libre elección que tenía que declamar. La falla memorística de la joven es más notable si tenemos en cuenta que es alumna de la Escuela de Teatro de Torrevieja. Aquí viene el punto más sospechoso de todo el concurso: en el jurado, si leen más arriba, se encontraba, nada más y nada menos, que Raúl Ferrández, director de (pásmense) la Escuela de Teatro de Torrevieja. Podríamos hablar de casualidades, de que se alinearon varios planetas y estrellas, pero parece que todo huele a otra cosa. Máxime, si tenemos en cuenta que la presentadora, Blanca Santander (caótica organizadora del evento), al dar paso a esta participante dijo textualmente «es alumna de la Escuela de Teatro de Torrevieja», quizá para que el jurado, y, en especial, Raúl Ferrández, no olvidasen de quién se trataba. Ya el colmo de todo el asunto es observar qué apellido tiene esta joven participante que se embolsó los 400 euros del Certamen, proporcionados, junto a los 600 del primer premio, por el Ayuntamiento de Torrevieja: Teresa Martínez Dolón. En fin, todo caótico, o mejor, Fernando Guardiola, catódico… A algunos de los asistentes al evento nos gustaría una explicación lógica, que quitase las sospechas sobre este certamen donde, en teoría, se pretendía ensalzar la poesía y el arte de la declamación y no hacer un concurso donde se premiase a amiguetes y conocidas…
Álvaro Giménez García
solo te olvidas amigo Alvaro con estos tres que mencionas se pasan todo a la torera porque responden al mandamas de torrevieja el jeque pedro.