En momentos como los que estamos atravesando actualmente es cuando en la mayoría de los ciudadanos crece la sensación de que esto de la política es, cuando menos, un cachondeo, donde el que se instala es, como decía aquel, para forrarse.
Cuando comprobamos, como hace unos días, que en una jornada cualquiera de trabajo, el Congreso de los Diputados se encuentra medio vacío, que sus señorías ni siquera se dignan a hacer acto de presencia en su lugar de trabajo, en el que cobran suculentas sumas de dinero -que para sí quisieran muchos ciudadanos, con la que está cayendo- sólo por asistir, nos quedamos estupefactos.
Y, entretanto, nuestra querida y vituperada Vega Baja, con escandalosas detenciones de alcaldes y concejales, un día sí y otro también, en una vorágine inenarrable de asuntos de corrupción que nos tiene a todos absolutamente asqueados y con una sensación de impotencia y decepción abrumadora, llegando a pensar en ocasiones que el que no está detenido es simplemente porque sabe ocultarlo mejor o está más cubierto; cuando lo cierto es que no debe ser así. Somos muchos los que aún nos queremos aferrar con fuerza a la idea de que hay políticos honrados. Pero también es necesario que sean ellos mismos los que se nieguen a admitir estos casos bochornosos y limpien los partidos y la sociedad de tanta corrupción. Que se imponga la decencia y dejen fuera a los corruptos. Que sean ellos mismos los que los destituyan y los aparten de sus cargos, en cuanto surja la menor duda. Que no se actúe por corporativismo o compañerismo, tapando lo que no se debe ocultar jamás, sino cortar por lo sano. Es necesario que actúen con honradez para lavar esa imagen que está calando en la sociedad de que todos son iguales y van a lo mismo. Sólo así, desde dentro, es como se podría solucionar este gran problema de la democracia y dignificar una profesión que tiene que ser imagen y espejo de la sociedad que les ha elegido y a la que deben servir.
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