No se entendían

Estando un día Marcelo talando olivos, vio venir por el cerro en dirección a él a un caballero. Marcelo era muy servicial, de modo que, imaginando lo que el forastero le diría, cogió la espuerta y midió hasta tres, que eran las astillas que salían de cortar cada tronco. Corrió a medir el fondo del arroyo con una vara larga: después se irguió, sujetándose la faja. «Ya estoy prevenido», se dijo. Al llegar el señor a su altura, le saludó: «¡Dios guarde a usted, amigo!», pero Marcelo entendió: «¿Qué hace amigo?». Marcelo le contestó: «¡Talando olivos!». El forastero, con gesto despectivo, le espetó: «Vaya un cab…». Marcelo creyó: «Buen talador». Sonrió: «¡En mi pueblo, “tos”!». «Cuando tú eres así», se exasperó el visitante, «que p… ha de ser tu mujer». «Hombre», pensó Marcelo, «este hombre es listo: al ver que yo soy buen obrero ha dicho que muy hermosa ha de ser mi mujer». Y, en voz alta: «Sí, señor y una hija que tengo también lo es». El caminante, casi histérico, le gritó: «¿¡Eres tonto o has comido mierda!?». Él, recordando el montón de astillas, replicó: «Tres espuertas como éstas». «¿Qué te pasa, que te vas a reír de mí porque soy forastero? ¡Te voy a meter una vara por el c…!». Sonrió el bonachón de Marcelo: «¡¡Hasta este nudo!!». Aquel hombre, a punto de reventar por la indignación, pensando que el talador se reía de él, le mandó a tomar por c…, a lo que el infeliz, pensado que le preguntaba dónde vivía, le dijo cándidamente, bajando la mirada, con gesto humilde: «¡Vamos, vamos: detrás de aquel cerro!». Ignoro si aquella conversación terminó como el rosario de la aurora; de lo que sí estoy segura es de que los dos obraban de buena fe, sólo que el caballero que paseaba no sabía que Marcelo estaba sordo, y Marcelo entendió que era un señor muy educado y atento… ¡¡A veces nos equivocamos porque los árboles no nos dejan ver el bosque!!

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