Martin Heidegger
El tema de la programación televisiva tiene divididos a sus críticos ahora más que nunca y hay sentencias en ambos sentidos; sin duda alguna, porque la pequeña pantalla ha creado una manera de presentar las cosas que no gustan a algunos. Lo mejor será abordar estas opiniones contrapuestas permaneciendo imparcial, a la vez que detectando lo bueno y la malo que pueda haber, pero sin caer en la trampa de ser una más de las víctimas de nuestra sociedad de consumo a la que pertenece de lleno la pequeña pantalla que ha invadido nuestros hogares.
Para Ramón Sender, por ejemplo, se trata de ver en la tele una extensión del cine, aunque de segundo grado, pues la llama «disipada y de malas costumbres», ya que, según él, parece interferir en las actividades sociales, impidiendo incluso la concentración para la lectura personal, y hasta hay quien se atreve a denigrarla en octavillas rimadas en asonante para ponerla en ridículo: «españolito que vienes – al mundo, te guarde Dios – uno de los canalitos – ha de helarte el corazón», entonará Joaquín Sabina, otorgándole piropos que no son en absoluto halagadores, como «dictadura de lo inculto, destructora de la vida familiar, del cine, del teatro y de las tertulias tradicionales, teniendo poco que ofrecer excepto las crónicas que ya aparecieron en los periódicos». Será, pues, para bastantes, la hija ilegítima de los medios de comunicación.
Pero no todos los críticos se posicionan negativamente, pues algunos saben sacar provecho de las horas interminables de programación que invaden algunos espacios públicos, como pueden ser los salones, los bares o las salas de los hospitales. Yo suelo controlar su uso, tratando de encontrar resquicios para aprovecharme de ella y la recomiendo a veces para el estudio de las lenguas o para incrementar la cultura. El filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976) contribuyó como pocos al estudio del ser humano desde su fenomenología existencial en «Sein und Zeit» (ser y tiempo), que nos definen ineludiblemente sin que podamos evadirlos, y dice que la TV, si aún subsiste: «muy pronto», anunció hace tiempo, «continuará, para ejercer su influencia soberana, recorriendo toda la maquinaria y todo el bullicio de las relaciones humanas». Para mí, al menos cuando me acompañe, lo hará a ratos, sin que controle mi tiempo libre, proporcionándome con frecuencia temas de discusión.
Sí es verdad que «la TV es el espejo en que se refleja la derrota de todo nuestro mundo cultural», según Federico Fellini. No es que sea ella la que lo produce, pero sí que actúa como testigo más que como causa de los cambios que ocurren, llegando en casos a marcar el derrumbe de mitos que, de otra forma, se mantendrían incólumes. El peligro estará, pues, en que lo hace a través de imágenes, no siempre reales, creando opiniones, sin que resulte fácil que nos quede tiempo para que las podamos hacer nosotros a nuestras anchas.
HECHOS Y DICHOS
La televisión es un espejo en el que nos miramos todos, y al mirarnos nos reflejamos. Jaime de Armiñán
ESLOGAN
Lo que antes se decía del mal teatro algunos lo aplican ahora sin subterfugios a la televisión, sin distinguir entre la buena y la mala.
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